1- INTRODUCCIÓN
He estado pensando en muchas cosas estas eternidades (una vez que falleces ya no puedes hablar ni de días ni de noches), y es probable que comience a abordar las paradojas del lenguaje con más frecuencia. Mi tesis particularista es que el lenguaje humano se podría reducir sin problemas a la onomatopeya, ya que nadie se escucha. La comunicación humana es eficiente sólo para expresar necesidades primarias (comer, excretar y copular) y algunas catarsis (amenazas o risas); lo demás es pura literatura de ficción. En realidad no hay mucha diferencia entre la comunicación de los humanos y la de los cangrejos o los osos. Bueno, la diferencia sería, precisamente, la literatura de ficción, que teniendo en cuenta la cantidad de porquerías que se editan últimamente tampoco genera demasiado entusiasmo. Pero en estos temas me explayaré en otras ocasiones.
Como les decía, me materialicé en la realidad ordinaria, y fui a visitar a Tobías, un gato amigo del barrio gótico de Barcelona.
Le explicaba a Tobías mi idea de que lo original se caracteriza por no ser suceptible a clasificaciones, y nos asombrábamos de lo «clasificados» que se encuentran los Homo sapiens en estas épocas, cuando de pronto me dijo:
— Por suerte siempre existen excepciones...
— ¿Excepciones humanas? –pregunté con un tono incrédulo.
— Por supuesto, Teo, no te pongas tan escéptico con los humanos...
— ¿Conoces a algún humano que no sea fácilmente clasificable?
— Bueno... a ver... ahora mismo me viene a la cabeza un hombre que vive en Capins, cerca de Sant Celoni. Es muy respetado por todos los gatos de los alrededores del Montseny. De él se dicen muchas cosas... Por ejemplo, el gato Ramses, que vive en Santa María de Palautordera, dice que este humano vive muy cómodo en una realidad mental paralela, y que sólo interactúa en la vida ordinaria para desarrollar algunas rutinas mundanas. Susurrito, la gata negra de Gualba, me dijo una vez que este hombre crea extraños autómatas y que modela sonidos de todo tipo. Y según mi hermano Urko, que desde hace años vive en la zona de Les Esplanes, nadie ha logrado clasificarlo.
— ¿Sabes su nombre?
— Creo que se llama Angel Di Stefano...
Tobías, sin saberlo, había reactivado mi espíritu periodístico. Inmediatamente me puse a investigar sobre la identidad del tal Angel. Necesitaba saber si realmente era un «inclasificado».
Desde mi perspectiva felina, el verdadero conocimiento sobrevive al margen de las clasificaciones o definiciones. Definir algo equivale a congelarlo, a arrebatarle su libertad de mutación. Definir también supone la acción de extirpar sorpresas. Por ello los humanos temerosos o conservadores son tan proclives a definir o clasificar todo, porque el conocimiento, los movimientos y las sorpresas les producen pánico.
Si ese Angel no era clasificable, seguro que podría aprender muchas cosas valiosas de él.
2- PRESENTACIÓN
Mis primeras pesquisas me indicaron que se trataba de algo parecido a un músico argentino, pero otras fuentes me aseguraron que era un luthier chileno. Finalmente conseguí su dirección y llegué a la puerta de su casa el sábado a la mañana. Toqué timbre.
Me atendió un hombre muy amable y de pocas palabras. Era el mismísimo Angel Di Stefano. Me presenté, hablamos un momento y le expliqué mis deseos de entrevistarlo.
— A ver si entiendo... –dijo Angel frotándose la barbilla–. Eres un gato anarquista que habla, que murió hace dos meses, que tiene un blog, y que quiere hacerme una entrevista... ¿es correcto?
— Sí, sí... Correcto.
— Ok. Ningún problema... Adelante y bienvenido.
Le comenté a Angel que me interesaba saber lo que hacía, y sin decir nada me llevó al patio de su casa. Lo que ví es bastante difícil de explicar, pero lo intentaré:
- Un casco de moto con una estructura metálica adosada en su parte superior (presumiblemente el fragmento de un tendedero de ropa) que se tocaba con un arco de contrabajo.
- Un conjunto de botellas de cerveza, colgadas con cadenas en una especie de herradura, que sonaban ante el impacto del chorro de agua emitido desde una manguera con un compresor.
- Un «Contracaqui», que sería algo así como el punto intermedio entre un contrabajo y un árbol de caqui (Diospyros kaki).
- Un largo tubo de PVC con agua que, al colocar cada extremo en los oídos a modo de auricular y hacer un balanceo de cintura, genera un sonido estéreo envolvente.
- Y muchas cosas más: Cacerolas bongó, perchas de madera con lata de café oscilante, llantas de bicicletas amplificadas por lámparas, ruedas, botellas, cafeteras, cucharas, maderas, plantas, resortes, tornillos, plásticos, puertas y un largo etc.
Lo descripto anteriormente pertenece a uno de sus espacios permanentes de exposición, el llamado «Jardín sonoro» o «Instalación sonora en permanente intervención», un lugar que se desactualiza diariamente, ya que «cada día cambiamos alguna cosa, sacamos, ponemos, cambiamos de lugar. Esto sin contar el trabajo de la luz, la lluvia, el viento o el gato.»
La emoción me erizó el ectoplasma.
Hasta me dieron ganas de resucitar...
Luego Angel me llevó a su taller.
Todo lo visto en el «Jardín sonoro» quedaba corto al visitar su taller-estudio. Complejas máquinas con engranajes de madera y elementos metálicos vibratorios, un laud-casco surrealista (con un sonido excelente), guitarras increíbles, un «sopapófono» de concierto (ver foto), un títere de alambre con sombra bailarina («Cabaret»), el «Correcaminos» o la máquina sonora que utiliza las patas de un sillón y una mesada...
A pesar de lo divertidos que pueden ser los «objetos-instrumentos-esculturas» de Angel, hay que saber mucho para poder idearlos.
Un poco mareado por tanta motivación creativa, le propuse a Angel sentarnos un rato y pasar a la teoría.
3- ENTREVISTA
— Ángel, ¿qué eres? ¿músico, escultor, artista, luthier o inventor?
— No sé muy bien... Es que cada vez se van diluyendo más los límites.
— ¿De dónde vienes?
— Nací en San rafael (Mendoza, Argentina). Empecé tocando la flauta en Mendoza, pero en los años ‘80 me fui a Buenos Aires y me maté estudiando música. Hacía las tres carreras de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, y cuando no estudiaba salía a tocar. Con un amigo guitarrista nos montamos una empresa de acompañamiento musical y andábamos siguiendo a cualquiera que tocara por ahí para acompañarlo. Era interesante, porque cuando nos encontrábamos con alguien para acompañar no teníamos ni idea de qué tocaba hasta que lo teníamos encima. Entonces había que tratar de pillar lo más rápido posible de qué iba la cosa. Los resultados eran realmente curiosos... Con mi amigo nos pusimos a estudiar de todo, folclore, jazz, y estábamos muy dispuestos a experimentar.
También hacía instrumentos barrocos. Me puse a investigar y pasé varios años haciendo flautas barrocas. Me las encargaban y salían muy bien.
— ¿En tu familia había músicos?
— No. Mi viejo era mecánico dental e inventor, y tenía un taller muy completo que había montado a lo largo de los años. Creó una infraestructura grande... Atrás del taller tenía un desarmadero de cosas. Por eso en el fondo de mi casa siempre me encontraba con máquinas fantásticas.
Mi viejo siempre estaba pensando en hacer negocios con los inventos, y se empecinaba en hacer cosas útiles. Recuerdo que una vez aparecieron en San Rafael unos ingenieros agrónomos suizos que tenían un laboratorio de pesticidas y le encargaron la construcción de «una máquina de contar arañas». Al principio mi viejo pensó que era una broma, pero la cosa iba en serio. Los suizos necesitaban hacer un senso de arañas, para calcular con exactitud los volúmenes de veneno que hacían falta para controlarlas. Querían un aparato mecánico. Hay que tener en cuenta que la tecnología de esa época era muy distinta. El pedido tenía una lógica, pero si lo sacabas de contexto sonaba muy raro... Sé que habían fotos de esa máquina, y me gustaría mucho encontrarlas. Mi viejo era buen fotógrafo...
— Has heredado la vocación de inventor de tu padre...
— No sé... Es que el inventor persigue un fin, es utilitario, busca una funcionalidad, y en cambio yo no estoy tratando de hacer nada útil. No me interesa hacer un aparato que sirva para algo. Puede ser que algún cacharro que haga después dispare otra historia, pero en principio no busco nada funcional.
— ¿Se podría decir que eres un luthier de instrumentos insólitos?
— No, no quiero ser raro... lo que pasa es que los límites de las cosas muchas veces son imprecisos...
— Entonces ¿qué es lo que haces?
— Experimentación sonora con espíritu lúdico.
— ¿Seguís tocando música?
— Sí, pero ahora voy más por esto de la experimentación. Me meto en la cosa generativa de un instrumento, en su mecanismo, y luego la idea de la experimentación me da permiso para hacer lo que se me ocurra.
Yo supongo que hago las boludeces que me quedé con ganas de hacer de crío... Siempre he tenido taller, me he criado en un taller, antes que las flautas conocí los tornos y las fresadoras.
— Cuando abordas una «obra», ¿qué te moviliza primero?, ¿la búsqueda de un sonido, de una forma, o ambas cosas?
— Yo me engaño siempre pensando que voy consiguiendo algún sonido. La excusa es hacer algo que suene... y después igual no suena... pero a esa altura ya me importa un carajo que sueno o no.
Al principio me había propuesto un manifiesto para mí solo. Quería respetar todas las ideas emergentes, pensaba seguir a todos los cometas que me pasaran por encima, convencido de que al final todo acabaría en la idea original. Pero descubrí que eso no es así, a veces te vas por las ramas y te vas al carajo.
En general comienzo algo y cuando le descubro la dificultad o la sorpresa deja de interesarme, lo dejo de lado o paso a prestarle poca atención. Y quizás ni lo termino.
Por ejemplo, comencé a construir muchas zanfonas y siempre terminé haciendo otra boludez. Empezaba con la idea de la manijita, luego hacía rodar un par de cosas, y después se me ocurrían cosas más divertidas que una zanfona, y entonces dejaba la zanfona para la próxima... El mecanismo de la zanfona me encanta, tiene todas las cosas que me gustan juntas, el concepto del instrumento-máquina, la plástica, pero lleva muchísimo trabajo encima.
A veces las ideas pueden venir de cualquier lado. Una vez se me despegó el casco del laúd, justo unos pocos días antes de usarlo para un bolo muy importante que teníamos con un amigo. Pensé que si lo pegaba de nuevo se me volvería a despegar y no sabía muy bien qué hacer. Encendí el televisor y estuve un largo rato viendo TV, aunque en realidad sólo pensaba en cómo arreglar el laúd. De pronto empezó un informativo donde se mostraba a un soldado norteamericano inmovilizando a un prisionero con bridas en las muñecas. Me fui inmediatamente al taller, busqué bridas (que desde ese momento pasé a llamar «cintitas de Guantánamo»), fijé el laúd, y hasta el día de hoy no se ha movido.
— ¿Con cuáles de las obras te la has pasado mejor?
— Me llevo bien con las máquinas. No me importa si no suenan bien o no, me dejo llevar por lo que voy encontrando en el camino. Con el «Correcaminos» me la pasé muy bien, me costó mucho, me lo curraba pero no lograba ir a ningún lado. También me gustan las estructuras sonoras, donde el tema es prescindir de la cajas de resonancias y concentrar las vibraciones en una masa muy grande, que en general se hace con acero... yo utilizo madera y alambre y funciona bien.
Lo chungo es cuando andás sin planes, que es el equivalente a la página en blanco del escritor. Cuando llego ahí interpreto que es el momento de hacer limpieza u otras cosas que no me gustan, y luego ya en el camino pasará algo. Entonces se me ocurre algo y me enrollo, recurro al estímulo visual, a los trastes y cacharros guardados y a la asociación libre. Es como que hay varias etapas o partes del proceso, hasta que por ahí pongo un palo, hago un agujero, doblo un alambre... y me doy cuenta que lo pillé nuevamente.
Mezclo física, acústica y plástica, a veces me hace gracia la sombra que se refleja entre una ranura y un tornillito y me meto allí. O quizás me cuelgo con una lucecita. Y como el instrumento es mío, yo me hago las reglas, las cumplo o las transgredo como se me da la gana. Y claro que a veces no suena...
— ¿Cómo muestras tus cosas, o cómo lo socializas?
— He tocado en distintos lugares con algunos de mis instrumentos, y también hago docencia y talleres de construcción. Pero lo que más me gusta es montar exposiciones interactivas.
— ¿Qué hace la gente cuando ve tus «instrumentos»?
4- EPÍLOGO
A modo de conclusión, ¿qué era Angel?
¿Músico? No, porque los músicos no se pasan horas instalando engranajes en estructuras de madera.
¿Luthier? No, porque los luthiers son previsibles y se obsesionan con el sonido de sus instrumentos.
¿Escultor? No, porque los escultores no se aferran a la excusa del sonido.
¿Inventor? No, porque los inventores buscar crear objetos útiles y funcionales.
¿La reencarnación de Leonardo Da Vinci? No, por una cuestión de egos y levedad.
¿Artista plástico? No, porque no le gusta «tener que moverse en el mercado del arte y en todo el rollete mentiroso que hay ahí.»
¿Un ángel? Definitivamente no, por simple tautología. Y también por más cosas.
Si no era nada de lo descrito, entonces ¿qué era Angel?
Indudablemente un artista «inclasificable». O un «inclasificado».
¡Tobías tenía razón!
Gato Teo
(gatoteo@gmail.com)
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