En Europa, hubo una época donde los intelectuales no eran parásitos de academia ni charlatanes de café. Fue hace más de cuarenta años. No habían como ahora progresistas de doble moral que se espantan al ver una foto de Fidel Castro, o masas de votantes que glorifican la libertad de empresa y se jactan de defender una democracia patética. Hace más de cuarenta años, Europa parecía buscar un equilibrio social justo. Había salido de dos guerras mundiales e intentaba superar sus limitaciones. Luego los Estados cedieron ante la presión de las grandes empresas emergentes.
Hoy gobiernan las empresas y los intelectuales son travestis ideológicos como Fernando Savater. Los intelectuales del nuevo siglo no arriesgan nada, no representan a nadie, se aterrorizan frente a la perspectiva de cualquier cambio y se refugian en la comodidad de sus salarios universitarios. Recorren el mundo participando de congresos onanistas y viven de la autorreferencia.
Hace más de cuarenta años Mario Vargas Llosa era un excelente novelista, no un payaso. Y había un tipo que hizo de su vida una aventura intelectual épica. Un tipo genial, crítico, polémico, comprometido, audaz, y por momentos jodido y arrogante. Era Jean Paul Sartre y fue el último moderno.
CUATRO DÉCADAS DE COMPROMISO
CRONOLOGÍA POLÍTICA DE J. P. SARTRE
Todo lo que existe
nace sin razón,
se prolonga por debilidad
y muere por casualidad.
J. P. Sartre
EL INTELECTUAL «MODELO»
Sartre encarnó un modelo que rebasó las formas tradicionales del intelectual. Su inconformismo y rebeldía lo llevó a presentar relaciones de ruptura con las instituciones más «sagradas» de Francia. No sólo criticó a la universidad, sino que dejó su cargo de profesor definitivamente (1944) cuando pudo vivir de los derechos de autor de sus libros. Transgredió la forma de escribir filosofía, rompió la solemnidad academicista y desarrolló una brillante carrera literaria que más de una vez fue considerada pornográfica. Compartió el saber filosófico con el alcohol, el corydrane y algún burdel. Se declaró polígamo y lo ejerció toda su vida. Integró comisiones internacionales como el Tribunal Russell y rechazó un premio Nóbel (octubre de 1964). Polemizó sin sutilezas con figuras como Aron, Malraux, De Gaulle, Camus y muchos otros. Atacó a los católicos y ejerció un ateísmo radical. Abrazó las causas anticolonialistas y defenestró al nacionalismo francés –lo que en 1962 le valió algunas bombas en su departamento de la calle Bonaparte–. Transitó los caminos de la izquierda desde el socialismo al maoísmo, pasando por el trotskismo y el comunismo, e influenció a movimientos políticos y culturales en distintos paisajes del planeta. Y se convirtió, a pesar suyo, en el embajador francés de hecho. En fin, demasiado para la imagen del intelectual que tenía Europa –y el resto del mundo– en el imaginario colectivo.
Sartre realizó una interacción entre filosofía, política y literatura muy difícil de imitar. Y si bien su consagración llegó de la mano de sus obras filosóficas y literarias, su compromiso político funcionó a lo largo de su vida como un indicador de formas y contenidos; en definitiva, como un estímulo moral para la creación y el pensamiento. Por ello el Sartre-político es clave para comprender el resto de sus construcciones. Porque a través de su trayectoria, plagada de crisis, escándalos y polémicas, se dibuja el librepensador, el intelectual que pasados los modismos pertinentes, sigue siendo una herramienta indispensable para la elaboración del pensamiento crítico.
CUATRO DÉCADAS DE COMPROMISO
Socialisme et Liberté
En el invierno de 1941 se formó el grupo Socialisme et Liberté, donde Sartre junto a Simone de Beauvoir, Jacques-Laurent Bost, Jean Pouillon, Maurice Merleau Ponty, Dominique y Jean Desanti, Raymond Marrot y cincuenta miembros más, se plantearon el objetivo de resistir la ocupación alemana para construir un socialismo en libertad para la futura Francia liberada. Este grupo, compuesto por intelectuales, escritores, estudiantes y técnicos, intentó desarrollar una vía alternativa a las dos grandes maquinarias activas de la resistencia: el gaullismo y la izquierda comunista.
A través de panfletos, editoriales, sabotajes y pequeños atentados, Socialisme et Liberté se perfilaba hacia una nueva izquierda, una izquierda que resistía como podía a la ocupación alemana, y que además se posicionaba en el panorama político francés en dura confrontación con la burguesía; pero siempre desde afuera del Partido Comunista, a quien cuestionaban su perfil burocrático y la efectividad de sus alianzas y negociaciones.
Sin posibilidades reales para implementar las acciones necesarias, este grupo se fue diluyendo hasta ser digerido por la dimensión de la crisis que atravesaba Francia. Hacia fines de 1941 el grupo desapareció, pero si bien su permanencia fue efímera y sus actividades casi imperceptibles dentro del núcleo de la resistencia francesa, cohesionó a los principales protagonistas de lo que unos años más tarde se llamó existencialismo.
El ambiente de la posguerra, dominado por la necesidad de nuevos sentidos que amortigüen la angustia generada en los años de violencia, recibió con gran impacto las ideas de Sartre y su «filosofía de la libertad» que reivindicaba la posición del sujeto frente al sistema. Los conflictos teóricos y prácticos que planteaba el existencialismo naciente trascendieron rápidamente los círculos intelectuales y se proyectaron al plano cultural a través de la prensa.
Simone de Beauvoir, Sartre y Che Guevara, fotografiados en Cuba por Korda |
Les Temps Modernes
En 1945, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Maurice Merleau Ponty fundaron la revista Les Temps Modernes (TM), publicación que consolidó la postura existencialista y hegemonizó el campo intelectual francés hasta principios de los ’50. Sus posiciones políticas se caracterizaron por la ausencia de eufemismos y por una independencia de pensamiento que atrajo admiración y repudios.
Anna Boschetti, discípula italiana de Pierre Bourdieu, al analizar el funcionamiento de la publicación (en Sartre y «Les Temps Modernes»), escribe: «La revista, en cuanto expresión de los intelectuales que intervienen por cuenta propia en la vida social, se presenta como el lugar de una paradoja fascinante: un compromiso libre. Por un lado, excluye la pretensión de una literatura o de una ciencia puras, no responsables, y por otro, el compromiso con el poder o la adhesión a un partido que encadenaría las desiciones a una ortodoxia. Esta posición garantiza, por sí misma, cierta coherencia en los contenidos de TM. Su línea política, en sus diferentes fases y manifestaciones, no abandona nunca ciertas referencias: el papel de conciencia crítica, el tabú del anticomunismo, y, al mismo tiempo, la reserva en cuanto a los comunistas y la URSS.»
Las críticas de TM al clero y a la burguesía habían atraído el odio de la derecha; y la falta de complacencia con el Partido Comunista Francés (PCF) hicieron a Sartre acreedor de epítetos tales como «bastardo» o «hiena dactilógrafa». Atacado por derecha e izquierda, Sartre reafirmó más su centralismo en la opinión pública y luego se asoció a David Rousset, Gérard Rosenthal y otros, en un nuevo proyecto político: el Rassemblement Démocratique Révolutionaire (RDR).
RDR
El RDR nació en febrero de 1948 a través de un comunicado de amplia difusión en la prensa. Su composición estuvo dada por periodistas y militantes de izquierda, entre los que se destacaban trotskistas –en primer lugar–, cristianos, socialistas y comunistas disidentes. Sartre fue, desde la fundación del movimiento, uno de sus referentes ideológicos junto a David Rousset, Georges Altman, Jean Rous y Gérard Rosenthal.
Según sus protagonistas, este partido intentaba «... reencontrar la gran tradición democrática del socialismo revolucionario».
El RDR se plantó desde sus inicios como una agrupación, no como un partido. Buscó convocar una izquierda amplia para integrar un movimiento de masas capaz de organizar la democracia y establecer un camino de paz para Europa. Sus críticas apuntaron a la inoperancia de algunos sindicatos, a la actitud de los partidos políticos tradicionales, y a la disgregación de las bases militantes.
El tono de los cuestionamientos al stalinismo introdujo una discusión que alteró el neutralismo adoptado inicialmente ante la polaridad USA/URSS. Decepcionado por los resultados de dicha discusión, Sartre renunció al movimiento el 15 de octubre de 1949.
El RDR había demostrado profundas deficiencias administrativas y financieras, y las disensiones terminaron de debilitarlo. La impotencia para resolver sus conflictos internos y la escasa representatividad lograda, precipitaron el fracaso del movimiento. Según Michel-Antoine Burnier –en Los existencialistas y la política–, el RDR «... no llegó a ocupar el lugar que deseaba entre el Partido Comunista y la burguesía; en realidad, la guerra fría, contra la que el movimiento se proponía luchar, lo derrotó.»
Idilio comunista
La crítica al stanilismo del grupo de TM se había mantenido relativamente sosegada, por la vieja discusión de que criticar la URSS era en realidad hacer propaganda a la USA. No obstante Merleau Ponty había denunciado a través de la revista la existencia de campos de concentración en Rusia. La postura ante las políticas de la URSS no tardaron en generar una interna en el grupo, que se profundizó hacia 1952.
Hubieron dos casos que actuaron como disparadores sobre la posición de Sartre ante los comunistas. Primero el de Henri Martin, marinero comunista detenido en mayo de 1950 y condenado a 5 años de prisión por su acción política contra la guerra de Indochina. Y segundo, el caso de Jacques Duclos, secretario del PCF que organizó una manifestación de repudio ante la llegada del general norteamericano Ridgway. Dicha manifestación fue prohibida, por lo que se realizó en forma clandestina el 28 de mayo de 1952 y determinó el arresto de Duclos con argumentaciones vergonzosas.
Sartre se movilizó por estos casos y en julio de 1952 publicó en TM la primera entrega de «Les communistes et la paix», texto que precipitó su ruptura con Merleau Ponty, Claude Lefort y otros miembros de la revista. Por otro lado, se inició el idilio con el PCF, que se verá confirmado con la presencia de Sartre en el Congreso de Viena del 19 de diciembre de 1952.
Los enfrentamientos ideológicos en el grupo de los existencialistas ya habían producido el alejamiento de Albert Camus luego de la nota que sobre su libro El hombre rebelde publicara Francis Jeanson –con guiñe de Sartre– en TM. Pero le pérdida más cara para Sartre fue el retiro de Merleau Ponty. Éste, que con un perfil más bajo dirigía el perfil político de la revista desde su fundación, era una pieza clave ya que aparte de su aporte intelectual, significaba el vínculo con el público universitario, y la heterogeneidad necesaria que impedía el monopolio de las ideas de Sartre y sus discípulos.
Con su idilio comunista y las dimisiones de TM, Sartre relegaba la hegemonía intelectual que ejerció durante casi una década.
Finalmente, los tanques soviéticos en Budapest, en octubre de 1956, despertaron las iras de Sartre y provocaron el fin de una relación de cuatro años que no se recompondría jamás.
Anticolonialismo
Luego de su experiencia con los comunistas, Sartre se dedicó –aparte de seguir escribiendo, cosa que no delegó nunca– a viajar por el mundo apoyando los movimientos revolucionarios de distintos países. Apoyó a China, a la revolución cubana (hasta 1971), a los grupos revolucionarios de Brasil y América Central, al Congo de Lumumba y a los rebeldes argelinos. Su actitud implicaba un fuerte desafío a los Estados Unidos y a la derecha nacionalista francesa, que veía en Sartre a un especie de demonio antipatriota.
En 1961 conoció a Franz Fanon, martiniqués biznieto de esclavos que se había plegado a los combates argelinos. En esa época prologó Los condenados de la tierra, libro célebre de Fanon que se convirtió rápidamente en un clásico de los movimientos de emancipación colonialista. Allí Sartre escribía: «No hace tanto tiempo, la tierra contaba con dos mil millones de habitantes, o sea quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponían del Verbo, los otros lo tomaban prestado.»
Se puede considerar a esta fase política de Sartre, como la más eficiente, teniendo en cuenta las repercusiones internacionales que produjo y las presiones institucionales que generó. Y si bien en el plano filosófico Sartre había perdido espacio ante el avance estructuralista, su figura cobraba una nueva vigencia en la opinión pública. Esta nueva imagen es la que Annie Cohen-Solal describe como la del «intelectual simbólico» al «concentrar sobre su persona una parte de las tensiones de la sociedad francesa, desgarrada por la guerra de Argelia. Sirvió de chivo expiatorio a unos, de aval simbólico a otros». Y fue en ese contexto, ante el pedido de encarcelamiento y fusilamiento de Sartre solicitado por manifestantes nacionalistas, que De Gaulle pronunció la frase «no se puede encarcelar a Voltaire», haciendo referencia a la tradición francesa por el desarrollo de las ideas. Claro que en su retórica seguramente había evaluado antes el alto costo político que hubiera significado hacerle caso a los nacionalistas. La cosa es que el trato especial de De Gaulle convirtió a Sartre en «El Intocable», figura que le vino muy bien y supo aprovechar con posterioridad.
Mayo del ‘68
A principios de 1968 Sartre se encontraba presidiendo el Tribunal Russell, que intentaba aclarar los intereses en juego en la guerra de Vietnam, y en su obsesivo proyecto sobre Flaubert (el monumental libro El Idiota de la Familia).
Las revueltas estudiantiles de mayo del ’68 que, comandadas por Daniel Cohn-Bendit –Dany el Rojo–, paralizaron Francia, vieron en Sartre a un adherente, no a un incitador. Sartre apoyó decididamente la propuesta de «la imaginación al poder», pero siguió los acontecimientos desde afuera. Usó su imagen pública para reforzar las críticas de los estudiantes y jugó de periodista para abrirles prensa.
El triunfo gaullista sobre la revuelta, definido en las elecciones del 23 de junio, y la incomprensión del movimiento por parte del Partido Comunista, dejó a Sartre con un escepticismo hacia los partidos tradicionales de izquierda que lo llevó a radicalizar su posición política.
Periodismo revolucionario
El 22 de marzo de 1970 detuvieron a Jean-Pierre Le Dantec, del grupo maoísta Gauche Prolétarienne, y secuestraron su periódico -La Cause du Peuple-. Ante tal situación Le Dantec fue reemplazado por Michel Le Bris, quien también fue detenido a los pocos días. Así, ante la prelidección del Ministro del Interior francés Raymond Marcellin por secuestrar las publicaciones maoístas y encarcelar a sus directores, los maoístas acudieron a Sartre en busca de protección. Querían utilizar el prestigio de Sartre y su condición de «intocable» como escudo ante los ataques del oficialismo.
A pesar de la distancia política que lo separaba de los jóvenes militantes, Sartre aceptó sus propuestas y el 28 de abril de 1970 se convirtió en el director de La Cause du Peuple. El 23 de setiembre del mismo año también aceptaba la dirección de Tout, publicación del libertario grupo VLR (Vive la Révolution), y el 15 de enero de 1971 la de J’ Acusse. Cohen-Solal, en su Sartre, cita la editorial de Toutdel 23 de setiembre de 1970 donde Sartre expresa: «Acepté la dirección de Toutcomo acepté la dirección de La Cause du Peuple, que actualmente sigo ejerciendo. Son muchos los puntos de divergencia entre estos dos periódicos, y personalmente no estoy de acuerdo con todo lo que en ellos puede leerse. La cuestión no es ésa: los procesos ridículos e indignos que emprende el gobierno, por medio de un tribunal de excepción, contra los vendedores de La Cause du Peuple, muestran que la clase dirigente tiene la intención de suprimir rápidamente toda la prensa revolucionaria... Puesto que ni siquiera se me ha inculpado en los procesos que se están llevando a cabo me pongo a disposición de cualquier periódico revolucionario para obligar a la clase burguesa, o bien a hacerme un proceso político, cuyo objeto sería claramente la libertad de prensa, o bien a poner de manifiesto, al no inculparme, la ilegalidad deliberada de la represión.»
La cobertura que Sartre prestó a estos periódicos lo llevó a participar de distintas protestas y detenciones, donde radicalizó sus críticas a la justicia del Estado –una «farsa» según él–. De su contacto con estos jóvenes estudiantes radicales nació su relación –muy cuestionada por sus antiguos amigos de TM– con Pierre Victor (seudónimo de Benny Lévy), uno de los líderes de la Gauche Prolétarienne y su secretario desde 1973 hasta su muerte. Su experiencia con los maoístas duró hasta el verano de 1973, época en que se disolvió el grupo de La Cause du Peuple.
En junio del ’71, Sartre participó activamente en la fundación de una agencia de prensa revolucionaria que se llamó Libération. Este ambicioso proyecto de comunicación no tardó en planificar un órgano de difusión propio, y el 23 de mayo de 1973 apareció el ejemplar Nº 1 del diario Libération.
En el otoño de 1973, la ceguera obligó a Sartre a interrumpir sus trabajos para Libération, y dejó inconclusa su biografía de Flaubert. No obstante, hasta sus últimos días participó en debates y polémicas, y concurrió, acompañado por sus amigos, a distintas manifestaciones, conferencias y protestas.
El compromiso político de Jean-Paul Sartre concluyó el 15 de abril de 1980, y convocó a más de 50.000 personas a lo que su amigo Claude Lanzmann llamó «la última manifestación del ’68.»
Gato Teo