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Channel: Gato Teo
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El futuro ha muerto

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     Es curioso el funcionamiento de lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu llamó en su momento «campos de legitimación cultural». Porque resulta que a la ciencia ficción se la considera un subgénero literario –con mucho «sub» y poco «género»– que generalmente se encuentra en apartados marginales de librerías bajo un cartelito que dice «Ciencia Ficción», nunca en la sección de «Literatura». Nunca se encuentra una novela de ciencia ficción al lado de una de Paul Auster, por ejemplo, aunque el apellido del autor comience con la letra «A» y sea estadounidense. Pero no vamos a entrar en esa cuestión porque es una discusión muy vieja...
     La cosa es que en el año 1968, el genial escritor Philip K. Dick escribió su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, obra que el director Ridley Scott adaptó para el cine en 1982 bajo el nombre de Blade Runner. Y en 1984, William Ford Gibson, otro escritor genial –que inventó la palabra «ciberespacio» para hacer referencia a los espacios virtuales originados en las redes informáticas–, publicó su novela Neuromante. Estas dos novelas supieron conjugar de manera brillante una depurada estética literaria con un nivel de reflexión filosófico y político que se adelantó por décadas a los análisis de los catedráticos de las universidades más prestigiosas del planeta. Si bien podemos considerar que no es demasiado mérito superar a las reflexiones de los catedráticos modernos, que todo el mundo sabe que desde fines de los 70 no arriesgan nada y se dedican sólo a cobrar becas y cuidar sus espacios de privilegios en los ámbitos académicos, sí resulta sorprendente observar cómo las citadas obras han acertado en cada uno de los paradigmas planteados en sus páginas.
     Estas obras, junto a muchas más que emergieron a su alrededor (de autores y autoras como Bruce Sterling o Pat Cadigan), configuraron un corpus literario que los editores denominaron «Cyberpunk», término utilizado por primera vez por el escritor Bruce Bethke para titular un cuento suyo.
     A diferencia de la ciencia ficción clásica, el cyberpunk incubó un gérmen libertario que se tradujo en un escepticismo social radical. Los autores del cyberpunk vislumbraron un futuro sin futuro, o sea un futuro construido por el rotundo éxito del capitalismo –oponiéndose así a las predicciones de la izquierda– y sufrido por la inmensa mayoría de sus «espectadores» –oponiéndose así a las predicciones de la derecha–. El cyberpunk hablaba de sociedades sin autonomía política, explotadas despiadadamente por corporaciones multinacionales y empresarios sin escrúpulos (¿los hay con escrúpulos?). Los «cyberhéroes» eran hackers, frágiles y solitarios, que conservaban un criterio de justicia y desafiaban como podían al sistema «democrático» (¿Anonymous?). Estos individuos –verdaderos anarquistas modernos–, obligados a adoptar la clandestinidad como forma de vida, debían eludir como única forma de supervivencia a la violenta y cruel policía del sistema (muy similar en las descripciones a los Mossos d'Esquadra de la Generalitat de Catalunya).
     Los autores del cyberpunk interpretaron al futuro como un habitat de alta tecnología y un bajo nivel de vida, poblado por seres totalmente invadidos y controlados, saturados de publicidad. «Cualquier cosa que se le pueda hacer a una rata se le puede hacer a un humano. Y podemos hacer casi cualquier cosa a las ratas. Es duro pensar en esto, pero es la verdad. Esto no cambiará con cubrirnos los ojos. Esto es cyberpunk», decía Bruce Sterling.
     En el clima post-industrial del cyberpunk de los ‘80 no era posible definir con precisión los géneros y los sexos, y el universo queer y sus prácticas eróticas se hacían presentes con lujo de detalles –dos décadas antes que en el lúcido Manifiesto contra-sexual de Beatriz Preciado–.
     Con elementos técnicos de la novela policial negra y el post-estructuralismo de Foucault y Deleuze (¿intuición?), los escritores del cyberpunk se opusieron al romanticismo y sus utopías, y expresaron su malestar social y cultural posicionándose en contra de la propiedad intelectual y defendiendo la libre circulación de la información y todo lo que garantice los derechos de privacidad de la población.
     El cyberpunk como metáfora de rebelión contra la dictadura del empresariado, y como protesta ante la corrupción de los gobiernos y la vigilancia tecnológica, hoy ha dejado de ser ciencia ficción para pasar a ser actualidad. Hemos llegado finalmente al futuro, y no era como lo planteaba Julio Verne o Asimov. Y lo más inquietante de todo es tomar conciencia de que nunca nos dimos cuenta de que el futuro era un recurso natural: como lo hemos gastado, se ha disuelto y se ha hecho presente. «Si hay un futuro, está en las estrellas» piensa Stephen Hawking.
     Por eso ahora nos encontramos ante un nuevo paradigma: queremos mirar hacia adelante pero la vista se nos va hacia atrás. ¿Qué sucede? Es que ahora la ciencia ficción está en el pasado, no en el futuro como antes. Ahora es ciencia ficción hablar de sociedades con autonomía política y es utópico pensar en almorzar con la familia sin que suene el teléfono para ofrecer alguna promoción patética de Jazztel o Movistar (Telefónica). La fantasía que podemos elaborar hoy en día es un prado con animales salvajes, es imaginar un río no contaminado o un país con diversidad biocultural. Es la nostalgia del Homo unplugged.
     Dios tampoco cuenta en esta historia, porque siempre fue una bomba de humo para distraer a los ingenuos, o una excusa para matar.
     Adelante ya no se ve nada. La ambición de unos pocos hijos de puta y la ignorancia de millones han terminado por destruir nuestro futuro. Los mitos culturales se han disuelto y ahora todos somos queer, aunque la mayoría no lo acepte.
     Sólo nos queda el presente, y hay que cuidarlo porque en él viviremos el resto de nuestras vidas (Facundo Cabral dixit).


A ver... hummm... creo que ha quedado un poco pesimista la nota. Y el pesimismo está muy mal visto en este presente sin futuro. Nadie quiere pesimismo, y menos críticas. Desde la psicología me diagnosticarán depresión, y la totalidad de los seguidores de la new age me esquivarán, porque «la mala onda se contagia» («mala vibra» –por vibración– también se dice, o simplemente «mala energía»). El filósofo español Fernando Savater, si me llega a leer, me querrá vincular a la ETA y pedirá a las autoridades policiales que me detengan. Los estudiantes y graduados en Administración y Dirección de Empresas pondrán la dirección de este blog en los sistemas de filtrado de los navegadores Internet Explorer y Mozilla Firefox, para evitar que sus hijos entren en contacto con los pensamientos oscuros. Los cristianos me desearán el peor de los infiernos, aunque no haya dicho nada del Papa Francisco I. Y ni hablar de lo que me pueden llegar a hacer los entusiastas de la PNL (Programación Neurolingüística) si detectan que no digo algo positivo. Otros también me podrían acusar de apocalíptico o vaya a saber qué mierda... uf!, sí... quizás debería agregar algo positivo. No me quiero quedar tan solo. Ya sé que más vale solo que mal acompañado, pero... A ver qué me sale...


     Bueno, pero no hay mal que por bien no venga. El hecho de que nos hayamos quedado sin futuro no implica que se acaba el mundo (hoy o mañana, por lo menos), y nos ofrece el privilegio de vivir en uno de los momentos históricos más determinantes de la historia: su fin. Pero al contrario de lo planteado en El fin de la historia (1992) de Francis Fukuyama, donde ganaban los buenos, o sea la democracia liberal, en este fin cyberpunk de la historia que planteamos desde el blog ganan los malos, o sea la democracia liberal.
 
Huy, creo que la jodí de nuevo... esto es pesimismo encubierto, a ver si puedo desmarcarme...
   
     Pero gracias a Dios, esa misma ausencia de futuro que nos genera angustia, es la que nos va a posibilitar la verdadera conciencia del presente. Y eso es justo lo que necesitamos: conciencia de sí y conciencia de para sí (ver Hegel), conciencia de clase (ver Marx), y conciencia del otro (ver Bob Esponja). La conciencia de esta nueva realidad que hoy vivimos nos permitirá resistir, y esa resistencia será un Big Bang moderno que depositará en la tierra el germen de un nuevo futuro...
 
— Ludo, ¿queda vino?... ¿No?... Me pasás entonces el ron turbio que compré ayer en el Lidl... Gracias amor.
   
     ... y de ese futurito recién nacido emergerá el flamante hombre nuevo, que...
 
Mejor corto acá y sigo luego, porque ya empezó el partido del Barça contra el Celta de Vigo.

   
Cybercat Teo
(gatoteo@gmail.com)

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