La verdad es que no sé por dónde empezar. Todo sucedió muy de prisa y tengo mucho que contar...
Como algunos saben, morí el 5 de diciembre de 2013, exactamente 222 años después que Wolfgang Amadeus Mozart; o si se quiere, el mismo día que Nelson Mandela.
Mi salud estaba muy deteriorada, y mis socios humanos estaban empeñados en mantenerme con vida. Me llevaban al veterinario, me daban alimento líquido con una jeringa, y me ponían una bolsa de agua caliente junto a mi cama para contrarrestar la hipotermia. Uf, estaban insoportables... Finalmente, la mañana del 5 de diciembre, me llevaron nuevamente al veterinario y quedé ingresado. Me pusieron suero, un par de inyecciones y me llevaron a terapia intensiva.
Yo no entendía mucho lo que pasaba, ya que estaba casi en coma. No pensaba nada. No estaba asustado, solo quería que pasara todo ese embrollo de dolores, tubos y manoseos.
En un momento, recuerdo que cerré los ojos y entré como en un profundo trance. Sentí una gran paz y los dolores comenzaron a disiparse. Tenía la sensación de flotar sobre mi propio cuerpo. Abrí los ojos y noté que estaba rodeado por una luz blanquecina muy intensa. Percibía con claridad la cercanía de una presencia. ¿Quién era? Mi respiración era muy lenta. Suspiré. Sentí que no debía resistirme a nada. Estaba entregado...
Frente a mí comencé a divisar una silueta humana, presumiblemente femenina, que se me acercaba y estiraba su mano hasta acariciarme la cabeza con infinita dulzura.
¿Estaba muerto?
Todavía no. Era la asistenta del veterinario, que había encendido el tubo halógeno para ver cómo estaba reaccionando al suero.
Media hora más tarde mi corazón se detuvo.
Se preguntarán cómo estoy contando todo esto... No se pongan ansiosos, trataré de explicarlo.
Como primera medida debo advertirles que si quieren entender lo que les voy a contar, deben dejar de lado cualquier lógica. La lógica es una ciencia formal muy inestable que, si bien funciona correctamente en algunas literaturas binarias, fracasa cada vez que se la quiere proyectar a otras disciplinas.
Me dí cuenta que había muerto cuando desaparecieron mis molestias físicas. Sentí un gran alivio, e inmediatamente experimenté algo muy difícil de explicar: «lo terrenal» perdía «densidad» y yo me transformaba en conciencia dialéctica. Conciencia pura, elemental. Conciencia molecular, humilde, amoral.
La conciencia molecular es muy poco espectacular pero resulta concreta. También se la podría definir como una tendencia sutil, como una particularidad indefinida o como la humilde aproximación a una identidad atómica.
Entendí que hasta las piedras tienen conciencia. Así como yo tengo conciencia de gato, Mariano Rajoy tiene conciencia de franquista retrógrado y cualquier ejemplar de Solanum lycopersicum tiene conciencia de tomate. Esto es algo que a los humanos les cuesta mucho entender. Ellos no logran dimensionar el Universo porque están presos de paradigmas absolutos, de lógicas maniqueístas y de deseos trascendentales. Los humanos son trágicamente duales, y por eso inventan esos torpes conceptos bipolares de «Dios», «vida», «muerte», «amor», «libertad», «alma» o «espíritu» que se afirman sobre la negación de su contrario. Ellos desperdician sus días intentando dotar de un «sentido» a esa impresición terminológica denominada «vida». La vida es pura factibilidad, no tiene sentido. El famoso «sentido» no es más que un prejuicio interpretativo. El «sentido de la vida» es un contrabando moralista. Es histeria retórica. Es también el dogma de fe de los filósofos ateos y el mandato divino de los teólogos.
Por eso en los estadíos terrenales, los gatos somos más lúcidos que los humanos: Ni somos hipócritas ni le damos un carácter sagrado a nuestras fabulaciones.
No se preocupen si no entienden nada de lo que digo. Hay que morirse para darse cuenta de todo esto.
Esperen un poco, ya les tocará a ustedes. Es cuestión de tiempo.
Y espacio.
Ya verán lo divertido que es.
Sintetizando: al morir entré en una dimensión donde no hay espacio para las especulaciones, ya que la realidad es excesivamente abrumadora. Inmediatamente me di cuenta que aquí todo encaja. Todo es continuidad, levedad y diferencia. En el infinito cuántico no se utilizan antónimos, no hacen falta. Los antónimos solo sirven para evidencir las limitaciones del lenguaje, y esto –o sea el «más allá» de ustedes– es el reino de la sinonimia.
Se pueden ver a muchas conciencias ir de un lado a otro, presumiendo de sus fragilidades e interactuando con la majestuosa nada. Las paradojas se acumulan por todas partes y existen infinidad de pasajes y paisajes. ¡Realmente todo esto es interesantísimo!
No vayan a pensar que los estoy incitando al suicidio colectivo (lo que en realidad le vendría muy bien al planeta), o que estoy promoviendo alguna agencia de turismo cuántico. No, nada de eso. Solo deseo transmitir mi experiencia.
Sorprendido por tantas cosas nuevas, me tropecé con una conciencia que al parecer iba muy apurada hacia un agujero negro.
— Hola, disculpa, mi nombre es Teo y soy nuevo por aquí, ¿puedo hacerte unas preguntas?
— Hola Teo, soy Alicja y también soy nueva. Me gustaría charlar contigo pero me acaban de informar que ya mismo debo pasar al otro lado a través de un Pasaje de Iniciación que se ha abierto en aquel agujero negro que se ve al fondo. Así que debo irme...
— ¡Espera un momento! ¿Quién te informó? ¿Cómo es eso del Pasaje de Iniciación?
— ¿No lo sabes? Qué extraño... Pensé que todas las conciencias tenían esa información... En mi caso, apenas me morí me interceptó una conciencia funcionaria, me indicó las coordenadas de mi conducto y me entregó el código de 43 dígitos que tenemos los humanos. ¿Tú eras humano?
— No, era gato.
— Ha... los gatos creo que tienen códigos de 37 dígitos... Igual deberías preguntar... Pero bueno, en principio solo hay que saber que cada conciencia apenas llega aquí tiene que buscar su conducto hacia el otro lado. Y el mío es aquel...
— Mmm... bueno, buscaré algún puesto de información... ¿Tú de dónde vienes?
— Yo hasta hace muy poco tenía 34 años y vivía en un bonito departamento en Klodawa, un pequeño pueblo que está en el centro de Polonia, a pocos kilómetros de Warszawa. Todo iba bien pero el imbécil de mi marido era muy celoso, y no toleró verme haciéndole una felación a nuestro vecino. ¡Machista de mierda!, me degolló con el cuchillo de cocina...
— ¡Qué bruto!
— Sí... Discúlpame Teo, pero me voy... no quiero llegar tarde...
Alicja se marchó a toda velocidad en dirección a su nuevo destino y yo me quedé rodeado de un halo de incertidumbre.
Me dirigí hacia un remanso de energía azul que salía desde un trozo de materia y divisé en un costado una especie de chiringuito con un cartel que decía «Information consciences». Sin dudar me acerqué y le comenté al encargado mi situación.
— ¿Me facilita su código, por favor? –me dijo con esa frialdad que suelen utilizar los empleados públicos.
— Nadie me ha dado ningún código. ¿Dónde puedo conseguirlo?
— No puedo darle esa información. Le recomiendo que consulte en el Pasaje de Iniciación más cercano. Que tenga usted una buena eternidad.
Burocracia hay en todos lados, pensé. Tenía razón el hermético Hermes Trismegisto al formular la Ley de la Correspondencia y suponer que «como es arriba es abajo»
Fui a un Pasaje que se encontraba en un bucle invertido de cargas eléctricas y luego de hacer una larga cola me atendió una conciencia cósmica. Le comencé a explicar mi situación pero me interrumpió:
— Mire don Teo, para pasar al otro lado usted tiene que solicitar su código de identidad en la oficina de la Secretaría General de Inmigración y Emigración, que está en la Dimensión 27 a la altura del Limbo de los Patriarcas. Allí también le darán las coordenadas del Pasaje de Iniciación o conducto que le corresponda.
— Pero recién conocí a una polaca que me dijo que apenas murió le dieron su código, ¿por qué a mí nadie me dio nada?
— Hay distintas causas por las cuales una conciencia puede quedar indocumentada, o sea: sin su Código Akáshico (C.A.). No sé cuál será su caso, pero en general se les deniega el C.A. a todas aquellas conciencias que de alguna manera hayan transgredido las reglas del éter en su existencia anterior.
— ¿Y qué pasa si no consigo mi C.A.?
— Nada.
— ¿Nada?
— ¿Dónde se cree que está?
En la Secretaría General de Inmigración y Emigración, me informaron que no me habían asignado un C.A. porque en mi último estado molecular había infringido centenares de veces la ley cósmica que le prohibe a los gatos hablar con los humanos. Me dijeron que debía esperar, porque existía la posibilidad de que en algún momento apareciera una conciencia funcionaria y me diera las coordenadas de mi conducto y mi código de 39 dígitos.
— ¿No es de 37 dígitos?
— No, de 37 es para los quelonios.
— ¿Y cuánto puede llegar a demorar la aparición de esa conciencia funcionaria que usted dice?
— Algunos segundos o centenares de milenios.
— ¿Y que pasa si nunca viene?
— Nada.
— ¿Hay alguna forma de agilizar el trámite?
— No.
— Una última pregunta. La mayoría de las conciencias que veo parecen concentradas en pasar al «otro lado». Desde que he llegado aquí todo el mundo habla del «otro lado». ¿Qué carajo hay del otro lado?
— Nadie lo sabe.
— ¿Y si nadie lo sabe por qué todos quieren ir allí?
— Nadie lo sabe.
— ¿Puedo hablar con su jefe?
— Los jefes no existen.
— ¿Y a usted quién le ordena lo que tiene que hacer?
— Nadie.
En definitiva estoy indocumentado. Soy una especie de alma de gato en pena que deambula por los confines más inestables de la materia y la energía. De todas maneras no me quejo ya que esto es maravilloso. Hay unas vistas espléndidas –muy surrealistas–, no hace frío ni calor, no hay policías, y no tengo que andar cazando ratones o pajaritos. Y mientras espero que me lleguen los «papeles» voy a retomar las actividades del blog.
¿Cómo interactúo con el mundo de los vivos?
Es lo más fácil: ectoplasma, posesión, contactos oníricos, quiasmas entre realidades paralelas, contactos auditivos, magnetismo, etc.
En otra ocasión les cuento a quién me he encontrado por aquí.
Les dejo un ronroneo afectuoso!
Gato Teo (corresponsal del Más Allá)
gatoteo@gmail.com