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Severino Di Giovanni |
Uno de los libros que más me ha emocionado en mi vida de gato, ha sido sin duda el majestuoso trabajo histórico de Osvaldo Bayer titulado Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia (Primera edición: editorial Galerna, Bs. As., 1970). Con este texto, Osvaldo Bayer continuó en solitario una obra de investigación que comenzó con artículos como Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino? (hubo una edición publicada en la década del setenta y quemada por el régimen de Videla y Massera), La masacre de Jacinto Aráuz o La Rosales, una tragedia argentina (publicados en Todo es Historia, Buenos Aires, 1967), y se completó con los cuatro tomos de La Patagonia rebelde (1972, 1974 y 1975), Los anarquistas expropiadores (1975) y diversas publicaciones como Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los pueblos originarios (coordinación y prólogo, Ediciones El Tugurio, Buenos Aires, 2012). El conjunto de estos trabajos compone sin lugar a dudas uno de los aportes más valientes e importantes de la historiografía argentina. Bayer, a través de años de incansable trabajo, logró que la sociedad argentina reconociera la realidad de un conjunto de hechos que fueron sistemáticamente ocultados durante décadas por gobiernos e instituciones. Y reconocer este tipo de hechos también supone reconocer una multitud de asesinatos, delitos económicos y abusos de todo tipo ejercidos desde el poder (tanto democrático como dictatorial).
Por eso, antes de entrar de lleno en Severino, quería destacar la épica de Bayer, un intelectual que sin más armas que su pasión y sus convicciones enfrentó al establishment cultural argentino (con muchos autoproclamados «progresistas» incluidos) para revelar con crudeza la metodología con la cual el sistema social ejerce la violencia «hacia abajo». Por supuesto, su actitud le valió momentos de soledad y exilio, y el riesgo de su propia vida. Lo bueno de todo esto es que Bayer se salió con la suya, y esto de alguna manera también habla bien de Argentina (en muchos otros países a Bayer ya lo habrían cortado en pedacitos).
También hay que reconocer la enorme dificultad que debe haber supuesto recomponer la figura de Severino Di Giovanni. Porque a ningún sector político le interesa quedar pegado a un anarquista violento. Hay que recordar que cuando la violencia se ejerce desde arriba –aunque se trate de una masacre– generalmente se habla de «normalización», «control» u otros eufemismos; pero en cambio cuando la violencia se ejerce desde abajo, indefectiblemente se habla de «terrorismo». O sea: más méritos para Osvaldo Bayer.
Y ahora sí. Vamos a Severino, a esa figura intratable, apasionada, libre, salvaje, sexual, que seguirá incomodando o fascinando a quienes se aproximen a su historia.
Entonces, ¿quien fue Severino Di Giovanni, ese hombre apuesto y temerario que dinamitó el City Bank y el consulado fascista de Italia en Buenos Aires?, ¿cómo actuaba el anarquista enamorado que editaba libros y repartía el botín de sus asaltos entre los más desposeídos?, ¿qué pensaba ese hombre orgulloso que con 29 años enfrentó desafiante el pelotón de fusilamiento para gritar «¡Evviva l’ anarchia!»?
Para contestar estos interrogantes, nadie mejor que el propio Osvaldo Bayer a través de su libro en pdf que puedes descargar gratis haciendo click aquí, o aquí, o aquí, o aquí, o aquí; y en el caso que solo te guste leer en inglés, pues haz click aquí.
Si ahora no tienes el tiempo para leer el pdf, pero te carcome la curiosidad, puedes seguir leyendo la presente nota (y no te olvides de ver los 3 bonus tracks del final, con una entrevista a Osvaldo Bayer, la crónica del fusilamiento que Roberto Arlt hizo para El Mundo y una poesía de Raúl González Tuñón).
Pero no dejes de leer el libro, ¡es maravilloso! Aunque seas un católico reaccionario o una new age insoportable, igual te sugiero que lo bajes y lo leas, ya vas a ver que te va a encantar. Y tampoco hace falta que seas argentino o italiano: Severino es tan universal como el mismísimo William Shakespeare.
Introducción
«Historia Viva», publicado por La Razón de Buenos Aires (ejemplar gratuito con las ediciones del 7 de julio de 1966), reseña: «150 Años de la Vida del País en las Entrañas del Mundo». Allí, en la página 122, se resume en dos columnas el año 1931, y se lee TEXTUAL: «... Un hecho policial alarmaría al país a fines de enero: el tristemente célebre Severino Digiovanni sostiene un recio tiroteo con la policía en Callao y Sarmiento, y los disparos causan la muerte de una colegiala que pasaba por el lugar. Pronto la indignación popular tiene consuelo: se apresa a DIGIOVANNI en Burzaco, junto con otros integrantes de su banda. Dos días después, luego de un juicio sumarísmo, el pistolero ES FUSILADO, e igual suerte corre el día 2 de febrero su lugarteniente, Paulino Scarfó...»
Este texto puede resumir el tratamiento que la prensa amarilla (temerosa de molestar al autoritario dictador Uriburu) le dio al tema Di Giovanni. El hecho fue considerado como «policial» cuando en realidad era político; la figura de Severino era simplificada en la de un «pistolero», y la colegiala muerta (en realidad por una bala policial, según la tesis más probable) fue cargada a la cuenta de Severino Di Giovanni para alimentar la indignación popular contra el anarquista. Además sólo Paulino Scarfó fue preso en Burzaco, ya que Severino cayó en la calle Sarmiento entre Ayacucho y Río Bamba (de Capital Federal).
Lo cierto es que Severino había desafiado abiertamente el poder y a todas sus reglas. Se había mofado de él e intentaba hacer justicia por mano propia.
Era una época donde muchos trabajadores eran apaleados y asesinados por la policía o la macabra «Liga Patriótica» de Manuel Carlés (especie de parapolicial de la época), y todo quedaba siempre impune. Severino quería dar el ejemplo de lo que él consideraba que era el camino para vencer la injusticia...
Los orígenes
Severino Di Giovanni nació en Chieti (Italia), el 17 de marzo de 1901. Hijo de Carmine Di Giovanni y de Rosaria Duranti, Severino fue el único de los 5 hermanos que viajó a Sudamérica. En 1922 abandonó Italia con rumbo a San Pablo (Brasil), y en 1923 llegó a Buenos Aires con su esposa Teresa Masciulli. Teresa, nacida en 1897, tuvo tres hijos con Severino: Laura, Aurora e Ilvo. Laura nació en San Pablo durante 1922, y Aurora e Ilvo nacieron en la Argentina en 1924 y 1925 respectivamente.
Severino trabajaba como maestro en Italia, y al llegar a la Argentina ofició de tipógrafo.
La década del ’20 se encontraba plagada de conflictos. En Argentina el anarquismo soportaba terribles represiones, Italia estaba gobernada por el fascismo y Norteamérica sentaba en la silla eléctrica a Sacco y Vanzetti. Este contexto no encontró pasivo al anarquista y antifascista italiano Severino Di Giovanni para quien «Vivir en monotonía las horas mohosas de lo adocenado, de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir la vida, es solamente vegetar y transportar en forma ambulante una masa informe de carne y huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita de la rebelión del brazo y de la mente» (citado por O. Bayer en Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia).
La violencia
El fascismo de Mussolini provocaba el exilio y la muerte de miles de italianos. En Argentina la lucha de los obreros por sus derechos dejaba saldos sangrientos, como la masacre con que terminaron las huelgas de Santa Cruz. En este contexto de violencia, Di Giovanni eligió «la violencia de abajo» como metodología para enfrentar a «la violencia de arriba». Esta concepción de la lucha política lo llevó a realizar una serie de atentados y «expropiaciones», que lo convirtieron en el hombre más buscado de la República Argentina.
Los explosivos anarquistas generalmente eran destinados a inmuebles de propiedades norteamericanas (como repudio por el caso Sacco y Vanzetti) e italianas (como lucha contra el gobierno fascista). Por otro lado, los asaltos, o actos de «expropiación» permitían recaudar el dinero necesario para ayudar a los familiares de presos anarquistas, para la defensa de los detenidos y para la propaganda política.
Algunas de las acciones más comentadas que se adjudicaron a Severino Di Diovanni fueron:
- 16/5/26: Siendo las 23 hs estalla una bomba en la puerta de la embajada de Estados Unidos, en Arroyo y Pellegrini
- 22/7/27: Una bomba vuela el monumento a Washington en los bosques de Palermo.
- 22/7/27: La agencia Ford de Perú y Victoria sufre las consecuencias de la explosión de una poderosa bomba.
- 16/8/27: Explota una bomba en la casa del Jefe de Investigaciones de la Policía de la Capital Eduardo I. Santiago.
- 24/12/27: Tremenda explosión en el City Bank de la calle San Martín con un saldo de dos muertos.
- 23/5/28: Siendo las 11:42 hs, vuela el Consulado Italiano fascista. Nueve muertos.
- 22/10/29: El Jefe del Orden Social de Rosario, Juan Velar, famoso torturador, recibe un fogonazo en la cara que lo desfigura de por vida.
- 25/10/29: El director de «La Protesta», Emilio López Arango, que tiempo atrás había iniciado una feroz campaña periodística contra Di Giovanni, es muerto a balazos.
- 20/6/30: Asalto a la compañía de ómnibus «La Central».
- 2/10/30: Asalto al pagador de Obras Sanitarias en Palermo, con un botín de 286.000 pesos.
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América Scarfó |
Junto al temerario convivió el romántico. Severino tuvo un apasionado amor con una adolescente: Josefa América Scarfó.
América era la hermana de Paulino Orlando Scarfó, uno de sus inseparables compañeros, y a pesar de su juventud, poseía una concepción del mundo –y en especial de la condición femenina– muy progresista para la época. Para ejemplificar su postura se cita a continuación un sector de una carta que América le enviara a E. Armand (pensador libertario francés) con fecha 3/12/28 y que fuera publicada en el periódico «L’ en Dehors» el 20/1/29. Dice así:
«...Mi caso, camarada, pertenece al orden amoroso. Soy una joven estudiante que cree en la vida nueva. Creo que gracias a nuestra libre acción, individual o colectiva, podremos llegar a un futuro de amor, de fraternidad y de igualdad. Deseo para todos lo que deseo para mí: la libertad de actuar, de amar, de pensar. Es decir, deseo la anarquía para toda la humanidad. Creo que para alcanzarla deberemos hacer la revolución social. Pero también soy de la opinión que para llegar a la revolución es necesario liberarse de toda clase de prejuicios, convencionalismos, falsedades morales y códigos absurdos... Allí donde sea posible debemos interpretar el punto de vista anarquista y, consecuentemente, humano.
En el amor, por ejemplo, no aguardaremos la revolución. Y nos uniremos libremente, despreciando los prejuicios, las barreras, las innumerables mentiras que se nos oponen como obstáculos...»
En la carta citada (para leerla completa haz click aquí), América fundamentaba ante sus compañeros de ideología, su relación con Severino. Es evidente que frente a los valores morales conservadores de la década del ’20 la actitud de América era totalmente transgresora, y habrá escandalizado a más de un tradicionalista y religioso.
Las bellísimas cartas de amor que Severino le enviara a América, dejan traslucir una pureza de sentimientos difícil de imaginar en un hombre que se enfrentaba a la muerte cotidianamente. Pero en 1931 las cartas fueron «secuestradas» y permanecieron «detenidas» en el museo de la Policía Federal hasta julio de 1999, fecha en la cual el entonces ministro del Interior Carlos Corach se las devolvió a su propietaria Josefa América Scarfó, luego de infinidades de reclamos.
A continuación se reproducen dos de las cartas «liberadas» tras 68 años de «reclusión»:
«Tú, buena amiga mía, oh, mi dulce compañera, no puedes jamás imaginar cómo aumenta el bien en mí cada vez que te veo. En cambio de apagarse momentáneamente el incendio que me devora, cada uno de nuestros encuentros, cada uno de nuestros coloquios, cada uno de nuestros abrazos no sirven más que para dar alimento a la llama encendida de mi corazón. Y el alimento consume, devora, quema, arde, arde tanto y no sabe darme ningún bálsamo restaurador, ningún refresco delicioso, ninguno de los tantos minutos de reposo que sólo podré anhelar cuando estes junto a mi, en cada instante, en cada latido de nuestros corazones». (Carta de Severino a América)
«Dulce esperanza mía: Te busqué, pensé en tí, tú eras el único pensamiento que poseía. No te encontré. Tú - el sábado- estabas lejos de mi borrasca. Tal vez reías –ignorante de mi dolor– , reías feliz de nuestro amor que debía correr con las alegres alas de todas las más bellas alegrías. Pero yo no reía (pero pensaba en tí, eso sí), sufría en el tempestuoso nudo de los accidentes cotidianos que coronan la existencia de todos los perseguidos». (Carta de Severino, mientras estaba prófugo)
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Élisée Reclus |
Pese a las incomodidades de la ilegalidad, Severino se las arregló para dedicarse a otra de sus pasiones: las ediciones. Dirigió las publicaciones anarquistas Cúlmine y luego Anarchia, y editó las obras del pensador libertario francés Élisée Reclus (1830-1905).
También participó en numerosas publicaciones nacionales y del extranjero (usó seudónimos como Nivangio Donisvere o Mario Vando). Tuvo permanente comunicación con intelectuales y grupos de antifascistas de Europa, Norteamérica y Uruguay.
También aquí o aquí puedes descargar gratis y leer un texto escrito por Severino bajo el pseudónimo de Briand y titulado El derecho al ocio y a la expropiación individual.
La captura
El 29 de enero de 1931 Severino fue a la imprenta de Genaro Bontempo (Callao 335) para dar las últimas instrucciones sobre el tercer tomo de Escritos Sociales de Élisée Reclus. Al salir la policía lo esperaba. Se desató una encarnizada persecusión en las calles y techos de la zona, donde la policía realizó 100 disparos y Di Giovanni solo 5. En el tiroteo los policías dieron muerte a una niña e hirieron a varios transeúntes. Finalmente, Severino quedó acorralado en el garage de Sarmiento 1964. Sin pensarlo, se abrió la chaqueta y se disparó en el pecho, sobre su camisa blanca (otra versión indica que habría sido herido por sus seguidores). La herida no fue mortal, y el temido anarquista fue apresado.
A las pocas horas un operativo policial rodeó la quinta de Burzaco donde operaba la banda. Mario Cortucci, amigo de Severino y apresado días antes, habría dado la dirección de la quinta luego de ser sometido a salvajes torturas (ante el juez, Cortucci negó haber hablado). Resumen: murieron el agente Domingo Dedico y los anarquistas Braulio Rojas y Juan Márquez. Se escapó Artemio Pieretti, y detuvieron a Paulino y América Scarfó.
El juicio hipócrita
El tribunal militar nombró defensor de oficio a Juan Carlos Franco (30/12/1898-2/2/1934), Teniente primero del cuerpo de archivistas y ciclistas. Severino le advirtió a Franco que no pensaba mentir: «Jugué y perdí. Como buen perdedor, pago con la vida». Franco quedó impresionado ante la actitud del «reo» y se tomó muy en serio la defensa. Planteó la incompetencia jurídica del tribunal militar para juzgar al acusado, realizó una aguda crítica contra la pena de muerte, manejó la hipótesis de que Severino había actuado en defensa propia y demostró que la bala que había matado a la niña no provenía de la pistola de Severino. El impecable alegato del Teniente Franco dejó atónito al tribunal, que no esperaba eso. Severino igual fue condenado a muerte y Franco fue arrestado y dado de baja del ejército por decreto del Poder Ejecutivo a los cuatro días. En calidad de civil, Franco quedó preso en Villa Devoto hasta que en marzo Uriburu transigió y salió en libertad con la condición de irse del país. Así Franco se exilió en el Paraguay hasta octubre de 1932, cuando el gobierno de Justo lo reincorporó al ejército y lo destinó a Jujuy, donde tuvo una activa participación en el folcklore junto a Atahualpa Yupanki.
El 2 de febrero de 1934 (cumpliéndose tres años del fusilamiento de Di Giovanni y Scarfó), durante un banquete militar, Franco se levantó repentinamente descompuesto y falleció. Tenía 36 años. A pesar de las obvias sospechas de envenenamiento, a su cadáver nunca se le realizó la autopsia y el reporte oficial indicó muerte por «tifus».
La muerte
Antes de ser ajusticiados, Severino y Paulino fueron salvajemente torturados. Les aplastaron la lengua con tenazas, los quemaron con cigarrillos y les retorcieron los testículos, entre otros tormentos.
Severino fue fusilado en el Edificio de la Penitenciaría Nacional –ubicado en Coronel Díaz y Chavango (actual Las Heras)– el 1 de febrero de 1931 a las 5 horas, y Paulino 24 horas después. Con altivez y sin pedidos de piedad, Severino se enfrentó al pelotón de fusilamiento. Su cuerpo fue atravesado por 8 balas ante un sector de la clase alta porteña que no quiso perderse el show. Luego llegó el tiro de gracia.
Todos respiraron más tranquilos.
El cadáver de Severino fue depositado en secreto en el cementerio de la Chacarita. Al día siguiente la tumba amaneció totalmente cubierta de flores rojas, hecho que determinó la disposición de una guardia policial permanente a la tumba.
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Severino, momentos antes de ser fusilado |
EPÍLOGO
Severino Di Giovanni había sido eliminado de la sociedad. Faltaba hacer lo propio con su memoria. Esto último fue frustrado por el historiador Osvaldo Bayer, que con una investigación más que erudita, rompió el mito del pistolero mafioso. Dijo Bayer: «Se necesitaron muchas páginas para desenterrar la memoria. Rescatar la verdad de Severino Di Giovanni –con sus luces y sus sombras– es una manera de conocer las astucias y las trampas de la sociedad establecida. Es una manera de conocernos mejor a nosotros mismos.»
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BONUS TRACK 1:
«TODOS SE LAVARON EN LA SANGRE DE DI GIOVANNI»
Por Osvaldo Bayer
El siguiente texto es parte de una conversación que el humano con quien vivo (el pelado A. C.) tuvo con el historiador Osvaldo Bayer en Mendoza, Argentina, durante el año 1994.
Severino Di Giovanni es el prototipo del anarquista violento que se dio en los años ’20. Pero más que anarquista violento, Di Giovanni es el prototipo del antifascista. Todos sus atentados son contra organizaciones fascistas. Hay que comprender que él había sido expulsado por el fascismo en Italia, donde trabajaba como maestro.
Di Giovanni hace atentados puntuales, pero cuando uno empieza a manejar la violencia, no sabe en qué va a terminar. Ese es el problema cuando se desata la violencia.
Él, en el atentado contra el Consulado General Fascista, mató a nueve fascistas pero a un inocente. Entonces la pregunta es si eso vale. En la gran polémica que generó ese hecho él sostuvo que «no hay inocentes». «Es un sistema cruel, no podemos reparar en los inocentes». Él tomó esa frase de un anarquista francés.
Yo, en cambio, parto de la base de que sí «hay inocentes». El que ejerce la violencia de abajo no puede jamás imitar a los que ejercen la violencia de arriba. Un hombre de izquierda no puede imitar jamás la violencia del fascista. Pero yo estudio la figura de Di Giovanni, con todos sus matices. A él lo fusilaron los militares (Uriburu) en el año ’31, y en esa época ya había hecho de todo. Es el hombre que ha escrito las más maravillosas cartas de amor. Además de estar casado y de tener tres hijos, tuvo un amor increible con una adolescente de 14 años. Él, el hombre más perseguido de la Argentina, iba a esperarla a la puerta del colegio secundario para ir a pasear por los jardines de la zona. Además, a pesar de que siempre lo perseguían, se las arreglaba para editar libros. Siempre que voy a alguna biblioteca de Francia o de Estados Unidos, encuentro algún nuevo artículo de Severino Di Giovanni. No sé cuando los hacía, ¡no dormiría este hombre!
Creo que Di Giovanni no tuvo suerte. Porque en la vida también hay que tener suerte... por ejemplo Durruti es un hombre igual que Severino Di Giovanni; es un hombre que le tocó vivir la Guerra Civil Española, y a pesar de ser anarquista se erigió en defensor de la república y murió en el frente. Tuvo otro fin que Di Giovanni. Los miembros del grupo de Di Giovanni, los que se pudieron salvar, fueron condecorados por la república italiana después de la Segunda Guerra Mundial como héroes del antifascismo. Eran los mismos que hacían asaltos con Di Giovanni, pero no los atraparon y terminaron cobrando pensión como antifascistas. Es decir que si Di Giovanni no hubiera sido fusilado en el año ’30, hubiera sido un héroe para Italia. Así de injusta es la historia.
Entonces sobre Di Giovanni cargaron todos, todos se lavaron en la sangre de Di Giovanni. Sábato fue el que escribió en su novela Sobre Héroes y Tumbas eso de que «había anarquistas como Julián Pérez, que una vez lo encontraron desmayado en la calle, lo llevaron a la comisaría y comprobaron que no había comido durante cuatro días, y tenía dinero en el bolsillo. Entonces le preguntaron: ¿Por qué no se fue a tomar un café y a comerse unas medias lunas?, y el anarquista respondió: No, este es dinero del sindicato... Esto no se toca». Y dice Sábato: «Pero había anarquistas como Severino Di Giovanni, que hacía asaltos para vestir camisas de seda...», y eso es una absoluta mentira del señor Sábato, que lo sacó de las declaraciones de un comisario de policía. La verdad es que los anarquistas se metieron en Harrods, hicieron una expropiación de cajas de camisas, y resultó que eran camisas de seda (en aquel tiempo eran las camisas de lujo). Por eso en esa época, de pronto se vió a muchos anarquistas con camisa de seda: las habían repartido y las usaban, no las iban a desperdiciar. Y Severino, que en todas las fotografías policiales salía con overol, pobremente vestido, también usó camisa de seda, porque ligó una en el reparto. Me parece que hay que ser muy perverso para hacer esas declaraciones... porque ¿quién lo defendía a Di Giovanni?, los fusilados no pueden hablar...
Toda nuestra intelectualidad lo hundió y lo convirtió en una especie de maldición, de ahí que el Diario del Pueblo (una publicación católica) declaró en 1948 que «Severino Di Giovanni era hijo de Satán».
Meterse con esa figura era muy difícil. Pero yo tuve suerte: encontré a mucha gente viva, papeles, cartas de amor, y al final conocí a Fina Scarfó, que había sido su amante. Hoy tiene 82 años, vive todavía, y me ha reprochado mucho que haya escrito ese libro, porque dice: «Está bien, has hecho justicia con ese libro, pero no lo vas a comprender jamás», y entonces me mira –está cada vez más enamorada de Severino, a los 82 años lo idealiza tremendamente– y me dice: «Vos no lo podés describir cuando él me miraba a mí. Vos no podés describir esas noches en que estábamos juntos y él dormía como un santo, y yo no podía dormir porque sabía que en cualquier momento podía venir la policía», y después me mira y se ríe, porque es bastante irónica, y me dice: «Además vos nunca lo vas a poder describir porque no te acostaste con él». Mi interés como investigador histórico, por supuesto, no puede llegar hasta esos extremos (ríe). Además yo tenía tres años cuando ellos hacían esas cosas (final con risas).
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BONUS TRACK 2:
HE VISTO MORIR...
Por Roberto Arlt
Entre los periodistas que presenciaron el fusilamiento de Di Giovanni estaba Roberto Arlt, uno de los más destacados escritores argentinos de todos los tiempos. La crónica de Arlt se publicó en el periódico El Mundo y forma parte de sus Aguafuertes Porteñas.
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La letanía.
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
"...de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número..."
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
"...artículo número... ley de estado de sitio... superior tribunal... visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y suboficiales..."
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
"...estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número..."
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
"...Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario..."
Habla el Reo.
— Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: — No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
— Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
— Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
— ¡Viva la anarquía!
— ¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.
Muerto.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
— Está prohibido reírse.
— Está prohibido concurrir con zapatos de baile.
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BONUS TRACK 3:
COSAS QUE OCURRIERON UN 17 DE OCTUBRE
Por Raul Gonzalez Tuñón
El AUTOMÓVIL se lanzó a la carrera con un ronquido impresionante.
El Intendente visitó esta tarde los barrios obreros húmedos y rencorosos.
A los 20 años sólo creíamos en el arte, sin la vida, sin la revolución.
Volveremos a las usina, al olor de la multitud y los descarrilamientos.
A las 5.7 estalló una bomba frente al Banco de Boston.
A las 5.17 el tranvía cayó al Riachuelo.
El Restaurant Reis queda en Río de Janeiro.
¿Nise o Nice, se llamaba la mujer de Mario Magalhaes?
El tranvía escapaba por el morro la oruga tierna, luminosa.
Pero al fin se dio vuelta en el recodo y se perdió.
Y así se perdió y así se pierde casi todo en el mundo.
Cuando volví mis viejos compañeros habían desaparecido.
Los niños juegan en la alfombras y ellos no saben nada;
por los ojos les entra la página del Veo y Leo.
(“¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos”).
Los enanos juegan en los calveros de los grandes bosques.
HA hecho de mi querida una verdadera camarada.
Me bebo un seco de Gordon, bailo un blues, me enamoro de algunas chimeneas
y me río de los millonarios.
El pobre hombre dijo cuatro palabras y cayó muerto acribillado.
El coronel entregó personalmente 5 pesos a cada soldado.
Le habían dicho: “Mañana, al alba, será usted fusilado”.
Los otros condenados aullaron agarrados a las rejas.
Tres niñas de la Sociedad van a ser presentadas al Príncipe de Gales.
El Parque amaneció cubierto de preservativos.
Josefina II ha pasado recién como un silbido.
Se acercará al muelle y las lindas muchachas bajarán, de sombrilla.
¡Qué macanudo!
(“¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos.”
“Sofá. Cama. Sopa. Cada nabo soso. La bola va sola.”)
El hombre fusilado debe estar ya medio destruido en la Chacarita.
América Scarfó le llevará flores, y cuando estemos todos muertos muertos,
América Scarfó nos llevará flores.