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Channel: Gato Teo
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España y el subdesarrollo mental

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     Introducción y advertencia
     Muchos gatos amigos que viven en otros países, sorprendidos por las noticias sobre España que circulan por el extranjero, me han preguntado últimamente cuál es mi visión sobre el panorama español. En un principio he evitado contestar, porque no soy para nada experto. Además soy un gato que vive equivocándose en todo (me equivoco al comprar el queso de rallar, pago de más en los trámites de Hacienda, no atino con las prioridades que debería dar a mis tareas cotidianas, etc.), y no veo porqué debería acertar en un análisis político sobre España. Pero bueno... hoy me dieron ganas de escribir y tenía este tema en la cabeza. Le ruego encarecidamente a los lectores que tomen con pinzas estas opiniones felinas, que supongo se acercan más a la literatura que a la verdadera política.
     Antes que nada, y para evitar cualquier tipo de malinterpretación, aclararé mi contexto de interpretación subjetiva: Existen cinco países por los que siento una emoción especial: Argentina (por sus hermosas contradicciones y porque nací allí), España (por casi todo, y por haber parido a mi madre), Italia (porque de allí son los genes de mi padre, y la dulzura de L.R., la humana con la que juego todos los días), Bolivia (por su surrealismo extraterreno) y Francia (por Voltaire, Sade, Baudelaire, Sartre, Bataille, Foucault y Deleuze, entre otros). Pero a pesar de esa emoción que me generan estos países, soy un gato anarquista y como tal rechazo en forma contundente el concepto de patria. Y aparte soy de los que piensan que la crítica es voluntad amorosa; o sea la posibilidad del incentivo de superación.
     Habiendo aclarado ese contexto, intentaré explicarles a mis amigos gatos del extranjero cuáles son los principales problemas que observo en España.

     Cientos de años en pocas líneas
     Como sucede con todos los países con un catolicismo fuertemente arraigado, España siempre ha tenido muchas dificultades para desarrollarse, tanto mentales como económicas. Ni siquiera las enormes riquezas obtenidas durante el saqueo de América sirvieron para cambiar su estatus feudal, porque hacia el 1600 los españoles no parecían entender el concepto de «manufactura» y se conformaban con la idea de «materia prima», que suponía dinero fácil y no requería ni de trabajo ni de tecnología. Esa actitud (o limitación) puso a España a la cola de los países que hacia 1780 hicieron la revolución industrial. España quedó subdesarrollada al lado de países como Holanda, Reino Unido, Francia o Alemania, que le compraban materia prima y le vendían manufacturas. Eso explica en el Siglo XVIII la sobrepoblación de funcionarios religiosos: si no se pertenecía (o se estaba vinculado de alguna manera) a la realeza, la única forma de nutrición posible era servir a la omnipotente y primitiva Iglesia. España mantenía a una casta parásita en retirada (la realeza) y a una mayoría de la población –también parásita– que difundía las ideas contrarias al progreso (el catolicismo). O sea, de currar o montar fábricas ni hablemos.
     Pero como España está tocada por la varita mágica de los telúricos duendes ibéricos, a pesar de su flojísimo currículum creó el 14 de abril de 1931 la Segunda República Española para sustituir el obsoleto régimen de Alfonso XIII –una movida que, de haber sobrevivido, podría haber iluminado a toda Europa–. Esa Segunda República Española planteó un conjunto de vanguardias de un progresismo muy superior a la media europea, pero fue aplastada por gorilas atrasados, ignorantes y brutales: el resultado fue el franquismo, un nuevo y violento retroceso al corazón del subdesarrollo.
     Desgraciadamente los españoles no tuvieron la capacidad de expulsar al dictador Francisco Franco (1892-1975) para intentar posicionarse en la modernidad del Siglo XX, y Franco se aburrió y se murió de viejo (de este período oscuro han pasado casi 40 años y la sociedad española sigue encerrada en la idea de no abordar el tema de sus muertos y desaparecidos).
     Pero lo que no hicieron los españoles lo hicieron el tiempo y la Parca. Franco se fue, y llegó una época muy contradictoria: la Transición. En ella sucedieron muchas cosas, el Rey de España, puesto en el trono por el dictador, pasó a tomar un protagonismo político fundamental. Los sectores de izquierda pactaron con los de derecha, y los de arriba con los de abajo; los del costado con los del centro, y los de la diagonal con los del perímetro: el caso es que se llegó a un acuerdo no explícito de cambiar todo para que no cambie nada. Los comunistas terminaron elogiando a la monarquía, los derechistas conservadores aceptaron un gobierno centoderechista autodenominado socialista, las mujeres se bajaron las bragas y entre canuto y canuto llegó Aznar –el heredero democrático de Franco, con Bush como prócer–, el euro y la ilusión de ser potencia, una burbuja inmobiliaria que generó nuevos –y provisorios– ricos y la inoperancia del gobierno de Zapatero.
     Y entonces llegó la crisis, y con la crisis España volvió a sus conductas atávicas.
     El único éxito contundente e inobjetable de todos estos períodos vino de la mano de Vicente del Bosque y La Roja.
     Para combatir a la crisis los españoles decidieron darle el poder al PP, partido político ultraconservador que adhiere enfáticamente a la ideología que generó la crisis. ¿Por qué? No se sabe muy bien... La cosa es que un grupo de políticos –casi todos imputados por posibles delitos económicos– con Rajoy a la cabeza se hicieron cargo del Estado. Prometieron no generar recortes y crear trabajo, e implementaron un nivel de recortes histórico que derivó en una economía de recesión con más del 26% de la población en paro (desocupación).
     De nuevo, ¿por qué los españoles votaron a Rajoy? Quizás porque se hizo demasiado evidente la inoperatividad de los centroderechistas que se autodenominan socialistas (PSOE), o quizás porque la izquierda nunca llega a ser alternativa de nada en el mapa político... pero sea la razón que sea era insólito esperar del PP una solución. Y lo más notable es que aún hoy, con las cifras de una España que se desmorona peligrosamente, muchos de los votantes de Rajoy defienden su postura negando la realidad y culpando a la prensa o a los inmigrantes de todo lo que pasa.
     Pero la corrupción política no se queda sólo en el PP o el PSOE, sino que acecha a la médula de la monarquía, lo que merece unas líneas (o rayas, como usted prefiera):
     En pleno siglo XXI es muy difícil entender la monarquía. Hay que pensar que es propio de sociedades muy tradicionalistas, bastante rancias y –digámoslo de una vez por todas– delirantes. En la misma época histórica en que se comienza a entender algo de la antimateria, en España hay un rey elogiado obsesivamente por los medios de comunicación, que emula a Diego Armando Maradona cuando se enoja (ver en Youtube el famoso «cállate» a Hugo Chavez y su retirada con enfado adolescente), que sale a cazar elefantes africanos con empresarios corruptos, que alimenta la prensa rosa con historias escabrosas de una supuesta amante a quien le regala joyas del Estado, y que tiene un yerno y una hija imputados por delitos económicos. ¿Y cómo reacciona la sociedad ante esto? No reacciona. O lo niega, o ataca al que hace visible el hecho.
     España, un país donde actualmente la Iglesia católica tiene poder notarial y se apropia cada año de cientos de inmuebles y bienes municipales (amparada por la Ley Hipotecaria de 1946, una norma franquista que el Gobierno de José María Aznar amplió en 1998), expresa con claridad su vocación por lo arcaico y no logra frenar su tendencia de reprimir salvajemente a quienes salen a la calle a protestar.
     Nada parece detener el proceso de subdesarrollo mental español, ni siquiera las supuestas alternativas de los independentistas catalanes.

     Artur Mas tuvo la mala suerte de tener en su gestión las protestas de los indignados. En mayo de 2011 el presidente de la Generalitat de Cataluña Artur Mas mandó a Felip Puig y los Mozos de Escuadra a reprimir a los indignados en Plaza Cataluña. El resultado fue un despliegue de soberbia y violencia inusitada por parte de las fuerzas del orden, con imágenes de niños, mujeres y ancianos apaleados que dieron la vuelta al mundo. Frente a las numerosas denuncias y querellas recibidas (algunas por pérdidas de ojos, como el caso de Ester Quintana), Puig –respaldado incondicionalmente por Mas– responsabilizó de todo a la (inexistente) violencia de los manifestantes: el resultado de todo esto fue un endurecimiento de las leyes que vulnera gravemente el derecho a manifestarse de la población civil, y un premio para Puig que pasó a ser el Conseller d'Industria de la Generalitat.
     Cualquier partido político hubiera sufrido un fuerte costo político frente a los acontecimientos citados anteriormente, pero no el CiU (Convergencia y Unión, o Convergència Democràtica de Catalunya i Unió Democràtica de Catalunya) de Artur Mas. CiU, que en materia de políticas económicas o medidas religiosas parece el socio perfecto del PP, a nivel local se declara independentista o nazionalista, gobierna con el apoyo de la izquierda independentista catalana (sí, es alucinante...) y hace campañas políticas de inconfundible estética populista. Por lo tanto, los ojos perdidos por los impactos de las balas de goma de la policía se diluyen en la ilusión de los ciudadanos catalanes por ver a Cataluña como «nuevo Estado de Europa» (como reza el eslogan nacionalista catalán). Lo que nadie aclara es si en ese nuevo supuesto futuro Estado de Europa se van a reproducir los problemas que manifiesta Cataluña como comunidad autónoma: una corrupción que por momentos se asemeja a la mafia (Palau de la Música, licencias, un parlamento con 4 imputados por corrupción en 2013 –Ferran Falcó, Xavier Crespo y Oriol Pujol de CiU, más el socialista Daniel Fernández– y un etcétera demasiado largo), una intolerancia social que se ha manifestado en múltiples ocasiones (no solo en la represión de Plaza Cataluña), una xenophobia que se intuye contenida y una vocación empresarial que trasciende cualquier ideología o sentimiento nacionalista.
 
     Conclusión e interrogante
     Mientras duró la burbuja los españoles se dedicaron a gastar dinero fácil, olvidando su pasado reciente (de guerra civil y sangre) y los factores políticos y culturales que los mantuvieron sumergidos durante décadas en el atraso. Al llegar la crisis, decidieron que lo mejor era ceder la administración de las ovejas a los lobos.
     ¿Los pueblos tendrán karmas?




Gato Teo
(gatoteo@gmail.com)
 
   

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