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Channel: Gato Teo
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Desencanto

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     Durante mi última ronda nocturna por Ciutat Vella tuve la «suerte» de conocer a Aradia, una gata Bengalí de ojos verdes. Aradia participaba de una reunión donde se trataba el tema «La crisis que asola a los humanos». Su mirada me resultaba hipnótica y el movimiento oscilatorio de su cola alteraba mi torrente sanguíneo. La charla se centraba en algunas opiniones de los Desencantados, sobre todo aquella que dice que «la crisis financiera que afecta al mundo desarrollado de los humanos es la simple consecuencia lógica de una decadencia moral sin precedentes.»
     Debo confesar que me quedé en la reunión solamente para quedar expuesto al ángulo de visión de la bella Aradia.
     Un gato joven de nombre Lluis preguntó quiénes eran los Desencantados, y Aradia repondió con un tono propio de los felinos del país Vasco:
     — Los Desencantados son un colectivo clandestino contracultural con células militantes en numerosos países. A diferencia de los seguidores de Anonymous, los desencantistas no intervienen por internet (desconfían de la ideología de las nuevas tecnologías) y se mantienen en un total hermetismo frente a los medios de comunicación. Originarios de latinoamérica, los desencantistas organizan asambleas desde el año 2000 y se definen como una «pandilla intelectual de alcance global y acción concreta». Reivindican el vapuleado concepto de «pandilla», pero se desmarcan de grupos como los Mara Salvatrucha, los Bloods o los Latin Kings, a quienes consideran «lúmpenes reactivos» o «víctimas agresivas e ignorantes del capitalismo salvaje». ¿Te queda claro Lluis?
     — Sí, muchas gracias.
     El pelo de Aradia me volvía loco... En ese momento hubiera cambiado mi paquete mensual de pienso Royal Canin Persian Adulto (el de etiqueta morada) por la posibilidad de acicalarla un instante.
     Jazmín, el gato gay que vende yerba gatera en el carrer Ample, pensaba que sería de gran utilidad poder conversar con un desencantista.
     — Si lográramos hablar con alguno de ellos, podríamos precisar mejor el alcance de sus críticas –dijo Jazmín–. Ya saben que nuestra posibilidad de supervivencia en este planeta depende de la capacidad que tengamos para anticiparnos a las barbaries humanas, y para ello debemos conocer todas sus miradas, incluso las de la resistencia.
     — De acuerdo contigo Jazmín –dijo Aradia–, ¿pero cómo accedemos a un desencantista? Ya sabes lo esquivos que son. Nunca nadie ha logrado entrevistar a uno de ellos...
     Soy un gato viejo, con un prontuario de salud complejo, y disputar la atención de una gata hermosa en función de mi destreza física sería un suicidio. Quizás por eso deslicé una mentirita:
     — Yo conozco uno –comenté como al pasar.
     Todas las miradas se fijaron en mí y sólo se escuchaba el respirar de los presentes. No sabía cómo seguir...
     — Sí, buen tipo... Aunque un poco inestable en el plano afectivo... bueno, será un desencantista pero no deja de ser humano, ¿no? Creo que como es hijo único sus padres lo sobreprotegieron y...
     De repente Garfield, el gato dominante de la zona del Correo, me interrumpió:
     — ¿Dices que conoces un desencantista? –preguntó con ansiedad.
     Sabía que me estaba metiendo en problemas, pero Aradia me miraba. El mundo ya podía explotar en mil pedazos...
     — ¡Sí, claro! –afirmé con osadía.
     Con mi intervención la reunión había dado un giro radical. Me comprometieron a entrevistar a «mi conocido» y a compartir la información que obtuviera en una nueva reunión.
     Al regresar a casa esa noche mi irresponsabilidad se hizo patente: en vez de pensar en cómo contactar y entrevistar a un desencantista (tarea muy cercana a lo imposible), pensaba en los pliegues de las orejas de Aradia.


Aquí estoy meditando, para aclarar mis ideas
     Al día siguiente tenía muy claro que había metido la garra. Pero de nada me servía lamentarme, así que realicé un minucioso estudio de la situación hasta determinar las tres opciones viables que tenía. A saber:
     1- Decir que mi supuesto conocido había desaparecido.
     2- Desaparecer yo mismo de Ciutat Vella por un tiempo.
     3- Buscar un desencantista y entrevistarlo.
     Las dos primeras opciones me parecían demasiado indignas, por lo cual no me quedó otra que elegir la tercera. Pero ¿dónde conseguir un maldito humano desencantista? Pensé en la forma en que me miraría Aradia si lograba la hazaña, terminé mi plato de pienso y salí a buscar mis pesquizas de confianza. Después de cinco días de búsqueda intensa, me invadió el pesimismo. Podía contactar con las escorts que atienden a varios futbolistas famosos, o podía obtener fotocopias de documentos que comprometían a algunos altos cargos de CIU, pero nadie me daba ninguna pista sobre los desencantistas. Mis pesquizas realizaron un «barrido inteligente» de Poble Sec y el Raval, y lo único que consiguieron fueron unos números telefónicos de tres indignados.
     El sexto día suspendí la búsqueda y me fui a la playa de la Barceloneta para pensar qué hacer. Y cuando mis pensamientos estaban más oscuros escuché a dos jóvenes que hablaban:
     — ... es peligroso. Su mirada mete miedo.
     — Para mí que estaba drogao el tío, ¡porque decir esas cosas!
     — Además no se entendía lo que decía... Yo lo único que entendí fue eso de «¡Haga cultura: mate un poli y un cura!»
     — ¡Joer con el tío! Vaya jaleo que lleva... A mí me quedó colgao eso de «Cuando alguien dice que el pueblo nunca se equivoca, en realidad está diciendo que al cliente siempre hay que darle la razón. Es la lógica populista más elemental...»
     — ¿Y qué quería decir con eso?
     — No sé... cosas que se le meten en la cabeza cuando está fumao.
     — Mejor que nos fuimos, a ese bar no hay que ir más...
     Inmediatamente supe que tenía una oportunidad. Esos chavales acababan de salir de un bar donde había un hombre poseído por un profundo desencanto. Si me apuraba y buscaba por los bares cercanos debía encontrar a ese hombre, y si la fortuna me acompañaba quizás conseguiría una pista. La cola de Aradia volvió a ondular en mi fantasía.

La intuición felina potencia mi oficio periodístico
     En el tercer bar que entré vi que había un hombre canoso, de barba descuidada, que bebía una botella de vino tinto barato. Mi corazón latió fuerte cuando observé que sobre la mesa tenía el libro de Osvaldo Bayer sobre Severino Di Giovanni, el legendario anarquista italiano emigrado a la Argentina y fusilado por la dictadura de Uriburu en 1931. ¿Sería el personaje que había escandalizado a los chavales?
     A esta altura de los acontecimientos, no tenía nada que perder:
     — Disculpe, ¿le molesta que me suba a la silla para charlar un rato con usted? –pregunté con cierta timidez.
     — ¡Mierda! –exclamó sorprendido el hombre.
     — ¡Fuera de ahí gato mugroso! –dijo una camarera cubana con cierto sobrepeso que se acercaba amenazante con una escoba en la mano.
     Justo en el momento que estaba por saltar para huir de la ira caribeña, el hombre lector de Bayer la detuvo:
     — Tranquila... déjelo...
     La camarera giró y se dirigió hacia la barra, con un gesto contrariado.
     — Gracias –le dije.
     — Es que me descolocó un poco escuchar a un gato hablando...
     — No se preocupe, es normal que suceda. Es que en general somos muy reservados con los humanos.
     — Hummm..., ¿y por qué quieres charlar conmigo?
     — Es que hacía mucho tiempo que no veía a nadie leer un libro sobre Di Giovanni, y me pareció que sería interesante compartir algunas reflexiones sobre ese texto.
     Asintió con la cabeza. Mi estrategia para ganar su atención y posterior confianza parecía dar resultado.
     — ¿Así que conoces la historia de Severino Di Giovanni? –preguntó con leve entusiasmo.
     — Sí, es uno de mis personajes favoritos. En mi pieza tengo la foto de Severino pegada a la pared, entre Messi y el gato Fritz.
     — Humm... –de un trago terminó el vino que le quedaba.
     Se quedó mirándome sin pestañear, con un gesto inexpresivo. Un pelo le salía del agujero derecho de su nariz y le hacía un bucle. Pasaron algunos segundos de silencio sólido y decidí arriesgar:
     — Mire, en realidad tengo que reunirme con unos gatos que estudian el comportamiento humano y me he comprometido a llevarles información sobre una pandilla secreta llamada Desencantados. ¿Sabe usted algo de eso?
     Instintivamente levanté la garra para proteger mi cara y cerré los ojos, esperando lo peor. Al no sentir ningún impacto sobre mi ser comencé a abrir los ojos lentamente. El hombre me miraba fijo y no se le movía ni un músculo de la cara.
     — Sí te puedo ayudar –dijo con frialdad, casi con desencanto–. Y conste que lo hago sólo porque eres un gato. Pediré otra botella de vino, y mientras haya vino hablaré. Pero cuando se acabe el vino tú dejarás de existir. No descarto que seas un efecto colateral del vino que estoy tomando, o incluso un efecto tardío de la raya de ketamina que me casqué anoche. Pero seas lo que seas, tienes una botella de vino de tiempo. ¿Me entiendes?
     — Miau... Sí, sí.
     — Bien... Un encanto es un hechizo o un sortilegio que altera la realidad. Por lo tanto el desencanto es un estado de lucidez libre de conjuros, donde se percibe la realidad en bruto, sin alteraciones. Y un desencantista es un militante del desencanto.
     — ¿Tú eres un desencantista?
     El hombre se sirvió un vaso de vino y lo bebió con convicción, ignorando mi pregunta.
     — El mundo es curioso... casi llega a parecer interesante. Todo lo que no es paradojal resulta contradictorio. Por ejemplo, una paradoja sorprendente es la que poseen algunos ateos, que han logrado superar la superstición de Dios pero creen en supersticiones delirantes y abstractas como la justicia, el mercado, la libre competencia o la democracia. ¡Imagínate!
     — Miau...
     La botella de vino continuaba con su progresiva pérdida de volumen.
     — En la actual crisis financiera de los países dominantes, lo que se tambalea no es la economía, sino la moral. Las lógicas fetiches del occidente cristiano se desmoronan, y eso provoca la inestabilidad del sistema. Una crisis como ésta es muy fácil de prevenir: sólo hace falta regular la especulación desde el Estado. Y eso es algo tan simple como multar los sobreprecios. Sin sobreprecios no hay burbujas. En vez de prohibir la marihuana o el sexo en la vía pública se debería prohibir la emisión de sobreprecios o las estafas legales. Si un valor económico no puede deformarse, se hace inmune a la acción especulativa. Pero claro, eso no se aplica porque forma parte de la esencia del capitalismo...
     — Miau...
     — La retórica perversa del sistema sostiene estupideces increibles en la categoría de dogmas lógicos. Por ejemplo, desde el poder se sostiene que los heterosexuales no son gays. ¿Puedes imaginar algo más estúpido que eso? También se idolatra a personas con gravísimos transtornos afectivos, a quienes se les llama superdotados o genios. Quizás Albert Einstein y Pablo Picasso sean dos de los principales íconos de esos «genios» occidentales. En ambos casos se trata de crueles misóginos que destruían la vida de sus congéneres más cercanos en pos de un ego miserable. Pues yo preferiría un mundo sin teoría de la relatividad y sin cubismo, pero con mujeres felices, ajenas a las torturas domésticas de los «ególatras geniales».
     — ¡Miau!
     Sentí un glub-glub y me di cuenta que la charla había terminado, al igual que el vino.
     — No me has dicho tu nombre... –dije.
     Con la vista fija en la ventana de la calle, y casi con un gesto automático, puso 15 euros sobre la mesa, se puso de pie y se fue, sin ni siquiera mirarme. Apenas salió, vi que la camarera cubana agarraba la escoba con una sonrisa maliciosa.
     Salté de la silla y salí corriendo hacia el exterior.
     Alcancé a ver la silueta del hombre doblando la esquina.


     — ¡Tengo la entrevista! –le dije sonriente a Garfield.
     — ¡Genial! Ya mismo llamo a Jazmín y a todos los demás para que vengan.
     Pasó media hora y todos se reunieron alrededor mío. Todos menos Aradia.
     — ¡Empieza a contarnos la entrevista, estamos ansiosos por escucharte! –dijo Garfield.
     — Sí... pero, ¿y Aradia?
     — ¿Aradia? Estaba de paso, ayer regresó a Pamplona.
     Y mientras relataba las pericias de la entrevista, sentí en mi pecho una profunda sensación de desencanto.



Gato Teo
gatoteo@gmail.com



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