Sandra Rehder y yo |
En una de las reuniones de gatos que hacemos en los tejados del Borne salió el tema del tango. Stradivarius, el gato siamés de la ferretería, afirmó que los gatos no debemos encerrarnos en la música clásica y que era hora de buscar nuevos horizontes sonoros. Entonces les comenté que hace unas semanas había logrado burlar la vigilancia de Jamboree, en Plaza Real, y había disfrutado de un concierto de tango estupendo. Se trataba de Sandra Rehder acompañada por Manu Estoa (guitarra), Pablo Logiovine (bandoneón) y Horacio Fumero (contrabajo). Fritz dijo que la había visto actuar en Poble Nou acompañada por el guitarrista Gustavo Battaglia, y Flora, la gatita blanca del carrer Brosolí, contó con mucho entusiasmo los pormenores de un recital que pudo ver el año pasado en el barrio, puntualmente en el salón cultural de Euskal Etxea, en esa ocasión acompañada por Euclydes Mattos (guitarra).
Fritz había pirateado el disco «La espalda de los pájaros», así que sacó su iCat (el reproductor mp3 que usamos los gatos), lo conectó a unos altavoces portátiles y escuchamos en silencio «El último café», «Vete de mí» y «Vuelvo al sur». Stradivarius dijo que Rehder era un ejemplo de cómo algunos humanos lograban escaparse por momentos de la naturaleza depredadora de su especie para generar belleza.
Flora sugirió que debíamos conocer más cosas de la Rehder. «No te preocupes, de eso me encargo yo», le dije. Y así fue como me puse en campaña para entrevistar a Sandra.
La Mujer Centrípeta
— ¿En qué año llegaste a Barcelona?
— En noviembre de 2001.
—¿Por qué viniste?
— Porque me gusta el invierno.
—¿De dónde eres originaria?
— De San Rafael, Mendoza, la tierra del sol y del buen vino.
— Eso queda en Chile, ¿no?
— ¡Noooo, cerrá la boca! Eso queda en Mendoza, es el corazón de Mendoza, en Cuyo, Argentina.
— ¿Comenzaste a cantar tango en San Rafael?
— Sí. El tango es lo primero que empecé a cantar, no empecé ni con rocanrol ni con boleros ni con folklore. Empecé con tango. El floklore lo empecé a cantar mucho más adelante, ya aquí en Barcelona.
—¿Porqué alguien que nació en tierras de tonada canta tango?
Las tonadas me empezaron a gustar tiempo después. Me encantan las tonadas. Pero creo que es lo que dice José Gobello, que el tango es centrípeto, va incorporando todo... No sé cómo, pero cuando tenía 17 años escuché al polaco Goyeneche cantar «En esta esta tarde gris» y me largué a llorar intensamente. Y de ahí empecé a escuchar casettes de tango. Me emocionaba de una forma anormal para alguien de esa edad, supongo que fue porque ya había sufrido cosas de la vida o por mi sensibilidad, pero el tema es que yo me identificaba con el tango, y todavía hoy lo hago. Siento la vida a través del tango; y no es porque sea una persona pesimista, paradójicamente soy todo lo contrario.
— ¿En tu familia escuchaban tango?
— Sólo Pedro, mi abuelo materno, que incluso no vivía conmigo. Él nació en Córdoba, Argentina, pero su padre era asturiano. Hacia mis 17 años había empezado a trabajar con mi abuelo tanguero en un kiosco grande, con librería, y escuchábamos la LV4. Hasta entonces yo escuchaba Led Zeppelin, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y esas cosas, pero recuerdo que una vez que escuché a Alberto Castillo... me encantaba Alberto Castillo. Mi abuelo bailaba detrás del mostrador y veía cómo disfrutaba los tangos mientras fumaba, y descubrí a Gardel, esa voz que tanto me gusta. Mi abuelo me regaló una caja con tres LP de Carlos Gardel, y cuando escuché «La última copa» me quedé fascinada, no había forma de explicarlo.
— ¿Tus padres qué música escuchaban?
— Mi padre era el que llevaba la música a casa. Él escuchaba Louis Amstrong, música clásica, mucho Brahms y Wagner y Mario Lanza cantando a Caruso. Ésa era la música que había en mi casa. Quizás por eso, años más tarde, una vez que mi madre me escuchó cantar me preguntó: «Hija, ¿por qué te gusta el tango?»
— ¿Cualquiera puede entender el tango?
— Creo que el tango se entiende cuando se ha vivido la vida y cuando se han comprendido las pérdidas, no cuando se vive en una burbuja. En mi caso, a los 19 años ya me habían pasado cosas bastante fuertes, había sentido pérdidas, ya me había enamorado, la persona que amaba se había quedado en silla de ruedas por un accidente automovilístico, mis padres se habían separado y lo que yo quería hacer me era imposible económicamente. Aprendí a vivir sin tréboles de cuatro hojas, pero no por eso me resentí, al contrario, siempre evité eso de ponerme en el lugar de víctima. Siempre pensé que me habían tocado así las cosas y que debía salir adelante.
— Cambiando de tema, ¿está bien el vermut?
— Sí, pero se acaba...
— A veces sucede... Te pongo más, ¿la aceituna le queda bien?
— Sí.
— ¿Una rodaja de naranja?
— No, naranja no.
— ¿Agua?
— ¡Noooo, solo! ¿sabés la del borracho?
— No.
— Pero no lo vayas a poner en la nota...
—¡Noooo, qué va!, contame tranquila que no pongo nada...
— Un tipo que bebía mucho va al médico para recoger unos análisis. Éste le mira y le dice: «Mire, le tenemos que informar que usted tiene en la sangre un 95% de alcohol»; y el borracho dice «¡Hielo y la madre que lo parió...!»
(Risas, Risas.)
— Vos al tango no lo interpretás, sino que lo vivís. ¿Hacés lo mismo con la poesía?
— Sí. Siempre me gustó la poesía... En San Rafael tenía un grupo de amigos muy lindo, Jorge Lardone, Carlitos Cubillos y otros, y nos juntábamos a leer poesía. Y entonces mis amigos me pasaban cosas para leer. La poesía me llegó a través de mis amigos, aunque mi mamá fue la primera que me regaló un libro, que se llamaba «Los abandonados». Descubrí que en la poesía se abren estados de conciencia diferentes. A veces cuando leo una poesía intuyo que de alguna manera comprendo algo. Es otra realidad, como dice Juarroz, es más realidad que la realidad.
— ¿Qué tal es ser una cantante de tango en Barcelona?
— Me gusta ser una cantante argentina que, no viviendo en Argentina por las circunstancias que le tocaron pasar, humildemente muestra un pedacito del arte latinoamericano y sobre todo argentino. Aquí hay mucha gente que puede llegar a disfrutar el tango, o que no lo conocía. En mi último proyecto estoy cantando poemas de Joan Margarit hechos en tango, y eso me gusta porque también es una forma de incorporarle más cosas a la vida. Joan Margarit es un gran poeta catalán, premio nacional de poesía. Me gusta mucho como escribe, y sentí que había mucho tango dentro de sus poemas.
— También tenés algunos tangos tuyos.
— Sí, me gusta mucho escribir. Pero claro, yo no voy a componer un tango de burdeles porque no voy a los burdeles; nunca he estado en uno. En cambio puedo escribir en clave de tango lo que sí he visto, por ejemplo un personaje decadente caminando por la Rambla que por alguna razón me emociona. El tango está en cualquier lugar. Mi amigo Silvio Zalambani escribió una canción a las Madres de Plaza de Mayo inspirado en una mujer que nació en Faenza (Italia) y que sufrió tener un hijo desaparecido. ¿Cómo se conectan las cosas? Quizás porque uno es un instrumento de algo... por eso yo hoy escribo letras de tango, a los 44 años y en Barcelona, porque el tango está donde uno lo siente.
— A veces te salís un poco del tango y te metés en otros géneros, ¿eso forma parte de tu repertorio o de tu sentimiento?
— Es parte del aprendizaje. Yo antes pensaba que nunca iba a cantar otra cosa que no fuera tango, porque además no quería. Pensaba que no debía cantar nada que no tuviese incorporado. Por eso cuando conocí a Euclydes (Mattos) y me propuso que cantara con él le dije que no, porque no hacía ni bossa ni standars. Pero claro, después que lo escuché tocar con atención me pareció tan bueno que me motivó. Así que hablamos y quedamos en probar a ver qué salía, a ver si esas dos sensibilidades y esos dos universos se juntaban. Era un desafío. Fue mucho tiempo de encuentros y de proponernos escuchar cosas, y entonces fue como aprender cada uno del universo del otro a partir de una amistad. Cada uno nos reíamos de la intensidad del otro, y entonces de repente yo terminé haciendo un tema de Jobim a través de lo que aprendí de él, y el terminó tocando «Vuelvo al sur», por lo que conoció de mí. Lo nuestro puede criticarse desde muchos lados, pero la forma en que nos fusionamos fue muy auténtica. Creo que es la manera más bonita de que salga un proyecto: te hacés amigo, te vas conociendo y vas viendo cómo es el otro. Un día me dijo Euclydes: «Cuanto más te conozca, mejor te voy a saber acompañar», y se refería a conocerme como persona, no sólo como cantante. Y creo que por todo esto es que disfrutamos tanto cuando cantamos.
Sandra Rehder canta acompañada por el inmenso guitarrista brasileño Euclydes Mattos |
— La otra vez viajaste a Argentina, y de regreso actuaste en La Virgen, un lugar muy pintoresco del Raval. En esa ocasión cantaste a capella una tonada que, según comentaste, habías escuchado en San Rafael. Se produjo una situación muy intimista y en la sala parecía que nadie respiraba.
— Sí, fue una tonada (de Pablo Rosas) que le escuché a un músico de mi compadre Bernardo Riós, y ese momento en La Virgen fue muy especial para mí. Es la magia de la tonada.
— ¿Por qué no te volvés a la Argentina?
— Eso de arrancarte de tu lugar de origen, el mismo donde nunca habías pensado que dejarías de vivir, es un transplante muy delicado. Porque ni siquiera me había planteado irme a vivir a otro pueblo, y menos a otro país. Yo siempre pensaba en los viajes con regreso incluido. Entonces cuando hacés todo eso, y comenzás de nuevo en otro lugar, y trabajás muy intensamente durante diez años, volver me parece kamikaze. Llega un momento en que uno no puede ir y venir.
Y tampoco tengo nada que ir a hacer allá ahora, porque mi hijo está creciendo aquí y su padre también vive aquí, y jamás separaría a mi hijo de su padre. Mi hijo es la razón más contundente de vivir en Catalunya. Igual nunca ha pasado más de un año y medio sin que vaya a Argentina, porque no aguanto. No puedo estar sin ver a mis amigos, mi familia, mi paisaje, mi aire, mi música y lo que se está creando. En definitiva, lo que yo soy está allá también.
— ¿Y eso lo vivís como conflicto?
— No. Bueno, quizás fue así durante los tres primeros años. Lo que pasa es ahora me costaría mucho irme de aquí, porque he generado lazos afectivos muy fuertes en esta tierra. Porque también quiero a este país y a esta gente, quiero lo que se piensa aquí, lo que se lucha y muchas cosas más. Eso ya está dentro mío, y entonces de repente ya soy de dos lugares.
— ¿El tango tiene identidad en Catalunya?
— No sé si tiene identidad, pero tiene muchísima gente que le gusta y que lo sigue, y se emociona y lo vive. Y no solamente son catalanes, sino gente de todo el mundo.
— ¿Qué sentís cuando actuás en Italia?
— Es maravilloso. La gente que me va a ver se emociona por la intensidad y por la música, no sé si siempre entienden la letra, muchas veces la explicamos y hacemos una pequeña introducción. La última vez, con Silvio Zalambani tuvimos que hacer tres bises y la gente seguía sin moverse, no se quería ir. Y todo a teatro lleno, fue muy bonito. Siempre es una magia cuando voy a Italia. Además yo allá conecto muy bien...
— Vos al tango lo vivís intensamente. ¿Qué tiene entonces el tango como pulsión de vida?
— Creo que el secreto está en que canto porque sino me muero. Yo entiendo la vida a través de lo que voy cantando y me la voy explicando a mí misma también. Es como un estado hipnótico. No importa cuántas veces cante Malena, si van a ser 50 o 400 veces en mi vida, porque cada vez que la canto estoy metida adentro. El click verdadero –cuando la gente se emociona– es que cuando canto Malena en ese momento soy de verdad Malena. Porque si yo no soy Malena, estoy haciendo una parodia de lo que es el arte. Y no entiendo al arte como parodia. Y para ser Malena, no tengo que pensar en ser Malena, porque si pienso algo desaparece la magia. Para que haya magia en el arte no tengo que pensar. Yo puedo pensar cuando estudio, cuando estoy en el piano y estudio la melodía, cuando ensayo o me programo el ritmo, pero cuando estoy en el escenario no tengo que pensar en nada, ni siquiera cuando la gente hace ruido, o si hace frío o hay una gotera en el techo. Cuando logro involucrarme de verdad en la música, no hay pensamiento porque estoy adentro.
— Tu puesta en el escenario se percibe poderosa, manejás muchos los matices, y vas desde el humor a lo trágico en un círculo que nunca termina. ¿Te duele la tragedia?
— Sí, y además nunca he tenido miedo de entregarme al dolor. El dolor está, y la única forma de entenderlo es atravesarlo y escucharlo. Para mí es necesario escuchar porqué algo duele.
Aquí le estoy dando algunos consejos musicales a Euclydes Mattos |
— ¿Y por qué condimentás algunos momentos con humor?
— El humor inteligente dice muchas cosas, como la poesía. Por eso elijo poetas como Ferran Fernández o Dante Bertini, porque tienen una poesía profunda y a la vez se permiten el humor. El humor inteligente, como el de Woody Allen, dice mucho y también tiene que ver con el tango.
—¿Cómo son tus horas antes de salir a un escenario?
— Si voy a cantar un día, es muy raro que salga el día anterior. El día que debo actuar no salgo de mi casa, no hablo, trato de no estar con nadie, busco el momento para revisar repertorios y empiezo a buscar las poesías que voy a incorporar. Nunca un concierto es igual a otro, jamás. Y según mi estado, o lo que quiero decir, busco los poemas que voy a intercalar con las canciones. De lo que pienso decir en el escenario hago todo un trabajo: releo el repertorio completo, trato de ver qué siento ese día y pienso qué es realmente lo que quiero decir. Entonces me guardo en silencio, hago meditación o relajación profunda y trato de estar sola.
También me gusta mucho ir sola a cantar. El trayecto, desde mi casa hasta donde tengo que ir a cantar, me gusta hacerlo sola. Me concentro tanto que trato de no ver ni saludar a nadie. Solamente trato con los músicos que estarán conmigo. No sé por qué, pero me estreso de una manera rara si hablo con alguien antes... pero en cambio, en el intermedio o después, ya soy otra. Y después del concierto, me fumo un cigarrito y la vida es un orgasmo. Aunque a veces he entregado tanto que siento como si me hubiese pasado un camión por encima; pero igual es muy hermoso.
— ¿Y si viene un admirador insistente, dos horas antes del concierto, y te quiere regalar flores?, ¿qué hacés? ¿lo mandás al carajo con todo respeto?
— No, no. Trato de ser comprensiva, porque la gente no tiene porqué saber sobre mis rituales o manías o como se llamen esas cosas. Una vez entró un ex mío con rosas y yo casi lo mato, porque en el camerino no quería ver a nadie. Le expliqué que cuando ensayo o pruebo sonido no veo a nadie.
— ¿A cuál de tus discos le tenés más cariño?
— Los últimos me gustan mucho («Tercera patria», 2010; y «La espalda de los pájaros», con Euclydes Mattos, 2011), y también el que hicimos con Silvio Zalambani (Silvio Zalambani & Grupo Candombe con Sandra Rehder. «Nostalgia del presente», 2011). Supongo que es por una cuestión de estudio, porque creo que ahora canto mejor que hace 5 años, y mucho mejor que hace 10 años.
— ¿Qué intérprete de tango actual te gusta más?
— Me gusta mucho como canta Julia Zenko, Ariel Ardit, el Chino Laborde y María Graña, entre muchos otros.
—¿Qué es lo que más te gusta de Barcelona?
— La visión universal que tiene del ser humano.
— ¿Y que más te jode más de la Ciudad Condal?
— Que a veces es fría, más estructurada y contenida.
Sandra Rehder según Isabel Camps |
— ¿Gatos o perros?
— Gatos.
(Ella no se da cuenta, pero el Bagheera, el gato negro de Magda, que espía desde el piso de arriba, me hace un gesto de aprobación, como diciendo «¡Esta humana es de las buenas!»)
—¿Por qué?
— No lo puedo explicar. Siempre tuve gatos.
— Nosotros somos habituales del tango, en cambio los perros lo son de la tonada.
— Sí, en la tonada hay muchos chocos (perros)... ¿pero gatos en el tango?
— Si prestás atención hay muchos, por ejemplo en «Café la humedad» Cacho Castaña dice «...y sólo cuento con la compañía de un gato / que al cordón de mi zapato lo destroza con placer. O el tango «Gato» de Homero Manzi.
— Sí... y ahora me vas a decir que el gato también es un género musical, como la cueca.
— Sí, y también le dicen gatos a las mujeres que llevan zapatos de tacón y medias tramadas... En Buenos Aires es muy común escuchar comentarios del tipo: «¡Huy, mirá qué fuerte que está el gato ése que acaba de bajar del auto!»
— Vaya...
(Se mira los zapatos y las medias. Luego me mira con cierto escepticismo. Creo que le ha empezado a aburrir la entrevista...)
— Hoy en día sos una cantante de tango muy profesional... ¿qué te gustaría ser cuando seas grande?
— Cantante de tango.
(Me parece que esta pregunta tampoco le ha gustado porque me contestó muy cortante. Trataré de impresionarla con algún comentario arriesgado...)
— Algunos musicólogos afirman que el jazz, el tango y el flamenco son géneros puros, porque pueden hacer el amor con cualquier tipo música y los resultados son vástagos fértiles. Por ejemplo, al tango o al flamenco los fusionás con jazz y suenan de maravilla, pero andá a mezclar con jazz la tonada o la sardana. De una cruza así sólo podría nacer el Anticristo ¿No?
— Menos mal.
(Ni me ha escuchado, está pensando en otra cosa. Mmm...)
— ¿Nos queda algún tema pendiente?
— No. Me tengo que ir.
(No me deja decir nada más porque se levanta y busca el abrigo. Ni siquiera se terminó el vermut. Bueno, ella se lo pierde... dice que le gusta Ariel Ardit y el Chino Laborde porque no me ha escuchado cantar a mí. Le pensaba maullar «La última curda» al final de la nota. Julia Zenko seguro que tiene más paciencia para las entrevistas...)
— La luz de la escalera está a tu izquierda...
Sandra Rehder y Euclydes Mattos por Isabel Camps |
Teo (gatoteo@gmail.com)