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Channel: Gato Teo
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Particularismo

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(Especial desde Sri Lanka)
   


Durante mucho tiempo he escuchado con atención historias de todo tipo en los tejados del Borne, pero una en «particular» me llamaba la atención, la del gato sabio de Sri Lanka llamado Sri Kaduganawa. Este gato es el líder de una especie de religión atea que se denomina «Particularismo», y según los entendidos no deja ni una superstición con cabeza. La filosofía del Particularismo se caracteriza -entre muchas otras cosas- por ser totalmente desconocida por los humanos, situación que garantiza de alguna manera la ausencia de interpretaciones apócrifas.
En Barcelona ya llevaba mucho tiempo sin ninguna sorpresa interesante. Siempre lo mismo: Humanos que se resisten a asumir el fracaso de sus ideologías (en todas sus variantes), junto a la insoportable contaminación de publicidades encubiertas que muchos llaman «periodismo». Así que gracias a mi condición Anarko-Zen, decidí unir el pensamiento con la praxis cotidiana y viajé a Sri Lanka con la idea de entrevistar a Kaduganawa.
Logré infiltrarme como polizonte en los depósitos de un avión con rumbo a Kuwait, y de allí pasé a otro con destino a Sri Lanka. Al llegar al aeropuerto de Colombo contraté a un Tuc-Tuc (mototaxi) con destino al sur. Según me habían informado, Kaduganawa vivía en las cercanías de Matara, un pueblo que se encuentra en el sur de la isla. Pero lo que nadie me había dicho es el caos que existe en las rutas de Sri Lanka.
       
Aquí estoy a bordo del Tuc-Tuc que me llevó a Matara.
   
El chofer del Tuc-Tuc parecía poseído por algún demonio vudú, y por primera vez en mi vida experimenté un fenómeno sobrenatural de gran envergadura. En las cerca de siete u ocho horas que duró el viaje, corrí peligro de muerte unas 238 veces. El Tuc-Tuc realizaba todo tipo de acrobacias suicidas, desafiando abiertamente a la Parca. Se colocaba frente a camiones que circulaban a toda velocidad y tres milésimas de segundos antes del impacto los esquivaba. Con pasmosa tranquilidad, pasaba a milímetros de otros miles de posesos que también jugaban con el delgado hilo que separa la vida de la muerte.
No había lugar para la duda: es absolutamente imposible que la muerte fracase 238 veces seguidas teniendo todas las cartas para ganar. Sólo la ingerencia de un gran poder desconocido puede generar un fracaso tan estrepitoso de la estadística. Las primeras dos horas estuve aterrorizado, pero luego de constatar la evidente paranormalidad me tranquilicé. Incluso llegué a pensar que era absolutamente imposible sufrir un accidente.
En Matara decidí descansar un poco y ordenar mis ideas. Sri Lanka queda justo del otro lado del mundo donde nací, y pensé que antes de buscar a Kaduganawa debía entender mínimos contextos... Grave error, pensar no es una buena idea cuando se experimentan epifanías. En poco tiempo mi confusión mental se había triplicado.
¿Cómo pueden convivir en la actualidad humanos budistas, hinduístas, musulmanes y cristianos?, ¿por qué la gente es tan amable?, ¿crece aquí la yerba gatera? Los interrogantes machacaban mi cerebro felino sin piedad.
Agarré mi libreta y me puse a escribir:
   
La mejor forma de superar una confusión
es aprender a disfrutarla.
¿Creer ser o creer no ser?,
That is the question.
Resignifico,
luego existo.
Siempre hay un roto
para un descosido.
   
La noche tropical me sorprendió tratando de atrapar unos cangrejos en la playa de Polhena. Allí me encontré con un gato muy viejo, que contemplaba con somnolencia el arrecife de coral.
— Hola forastero, ¿cómo te llamas?
— Teo, ¿y tú?
— Nuwara.
Se quedó mirándome sin pestañar, con una sonrisa poco apasionada. Pasaron dos minutos incómodos y le pregunté:
— ¿Deseas algo?
— Sí, una eternidad relativa.
— ¿Qué es eso?
— La autenticidad del instante.
— ¿No la tienes?
— La perdí justo en el momento que te pregunté cómo te llamabas.
Creo que años atrás me incomodaba menos eso de no entender nada. Por eso le dije con cierta ironía:
— Nuwara, ¿existe alguna posibilidad, aunque sea muy remota, de hablar como gatos normales?
— Lo lamento pero no es posible. La normalidad sólo existe en la falacia de la universalidad.
Las palabras de Nuwara eran difíciles de digerir, pero en su última afirmación parecía revelarse una pista. Si la universalidad era una falacia, su contrario no lo sería. Por lo tanto el viejo Nuwara era un particularista. ¡Él me podría indicar cómo llegar a Kaduganawa!
La primer certeza que tenía desde mi llegada a Sri Lanka se evaporó cuando le pregunté a Nuwara si conocía a Sri Kaduganawa. Sólo me dijo que hablara con una tortuga de nombre Bambarakanda, que solía pasear al alba por las playas de Polhena. Luego se retiró en silencio.
 Lo único que podía hacer era esperar al alba y buscar a la tal Bambarakanda. Así que afiné la puntería de mis garras y me apresuré a obtener la cena. Los cangrejos que capturé estaban incomibles. Eran muy picantes. Me quedé dormido en la playa con la sensación de haberme tragado un incendio. Estaba soñando que acompañaba a Jack Kerouac por un viaje en Europa, mascando yerba gatera sin parar, cuando de pronto me despertó un golpecito en la cabeza. Lo que ví al abrir los ojos me aterrorizó. Una cabeza enorme, pelada y sin orejas, me miraba fijamente.
   
Bambarakanda
   
— ¿Eres Teo?
— ¡Sí!, ¿Cómo lo sabes?, ¿has leído mi blog?
— Mi nombre es Bambarakanda. El viejo Nuwara me dijo que me buscabas... ¿Qué es un blog?
Bambarakanda era una tortuga marina enorme. Cuando le conté de mi intención de entrevistar a Sri Kaduganawa me dijo que no había problema. Kaduganawa vivía en la Isla de los Cuervos, y por 3.000 rupias más la propina ella me llevaba. Acepté el precio e inmediatamente me monté en su caparazón. El viaje fue corto, pero nunca había tragado tanta agua salada.
   
Rumbo a la Isla de los Cuervos
   
Pisé tierra un poco mareado y escupiendo sal, y me recibieron decenas de cuervos malhumorados. La isla era muy pequeña, y Kaduganawa vivía en una pequeña cueva precedida por un cartel que decía «Ni yankis ni marxistas, ¡particularistas!».
En la entrada de la cueva había un gato flaco vestido con un sharama. Su aspecto no tenía nada de especial.
— Buen día, busco a Sri Kaduganawa.
— Soy yo, ¿para qué me buscas?
— Tengo entendido que usted es un referente del particularismo y vengo desde Barcelona para entrevistarlo.
— ¿Vartelona?, ¿dónde queda eso?
— Vartelona no, Barcelona. Y queda en España.
— ¿Es un país africano?
— No, no, está en Europa.
— ¡Europa!, sí, sí... me han hablado de ella... Dicen que es un lugar muy exótico...
       
Isla de los Curevos
   
Cuervos de la Isla
   
Charlamos unos minutos de cosas irrelevantes. A Kaduganawa no le gustaban las fotografías, porque pensaba que la imagen de un sujeto suponía una hipocresía visual.
— Teo, si algo caracteriza a la vida es su permanente dinamismo, y lo que define a la fotografía es la parálisis del instante. No me complace relacionarme con tiempos muertos. Por favor no me fotografíes...
— No se preocupe don Kadunganawa, no le sacaré fotos... ¿Me podría explicar qué es el particularismo?
— Sí... Todo comenzó hace miles de años, con una mutación específica en el genoma de un ser humano. Este hombre se reprodujo en numerosas ocasiones y trasmitió sus genes a la descendencia. Así, siglos más tarde, determinados hombres y mujeres comenzaron a sufrir lo que nosotros llamamos «el efecto zombie» o «síndrome del ego cancerígeno», un mal endémico que ha crecido en silencio hasta nuestros días. Esta enfermedad se manifiesta por la presencia de un impulso obsesivo por hacer algo para trascender la vida. O sea, quien padece este mal pretende morir en vida para vivir en muerte. Los afectados utilizan su corta existencia para generar en otras personas un recuerdo que alimente su ego post mortem. Por eso se obsesionan en reemplazar su cálida particularidad por una universalidad que expanda su ego. Absurdo, ¿no? En la antigüedad los humanos enfermos no eran muchos, pero en la actualidad se han reproducido en exceso y están desvastando el planeta, lo que amenaza a nuestra especie y a todos los felinos... Lo universal supone la tiranía de lo absoluto sobre las particularidades del mundo. También supone una xenofobia filosófica que ejerce violencia y represión sobre las formas auténticas que habitan el planeta. La idea de lo universal se alimenta del miedo propio y del terror ajeno. Y el particularismo simplemente intenta recordarle a los humanos que un conjunto determinado está compuesto por numerosas particularidades y nunca abarca una totalidad. O sea que la universalidad no existe.
— ¿Y cómo hacen los gatos particularistas para concientizar humanos?
— Bueno, tenemos una gran red mundial de gatos autogestionados que se dedican a boicotear proyectos universalistas. Disponemos de espías infiltrados en las agencias de inteligencia de los países centrales, que filtran mensajes cifrados subliminales en los medios de comunicación. Y también contamos con grupos armados... Uno nunca sabe hasta dónde puede llegar la locura humana...
— ¿Y tú qué papel juegas en todo esto?
— Soy uno más. Tan particular, vital e intrascendente como cualquier individuo del planeta. En vez de pasarme la vida intentando imponer mi ego, como hacen los humanos, trato de disfrutar el sabor de los ratones que cazo y el aire fresco de la mañana. Me dejo llevar por el sexo y la amistad, y hago del particularismo una práctica militante.
— ¿O sea que intentas vivir el presente con plenitud?
— ¿Y qué otra cosa se puede vivir? El pasado son recuerdos y el futuro son proyecciones inestables de nuestros deseos y temores. Recuerda que lo universal sólo tiene fuerza cuando se niega el presente. Y precisamente ésa es la razón por la cual todos los trascendentalistas tienen el corazón minado por la angustia y el miedo: porque intuyen que la vida les pasa por delante sin tocarlos. Pero en vez de enfrentar el presente se obstinan en construir macabros futuros. Para ello inventan dioses y creencias, historias y economías, guerras y empresas... La universalidad es la inútil intención de colonizar el infinito. Debemos resistir... ¡No pasarán!, ¡no pasarán!, ¡no pasarán!
— Tranquilo Kadunganawa, tranquilo...
— ¡No pasarán!, ¡no pasarán!...
— Kadunganawa...
— ¡No pasarán!, ¡no pasarán!...
No pude ni despedirme... Cuando me subí en el caparazón de Bambarakanda para regresar a Polhena todavía se seguían escuchando los «¡No pasarán!» de Sri Kadunganawa, en medio de un revolotear de cuervos.
Estaba estupefacto. ¿Kadunganawa era un sabio o un desquiciado? La sensación de no entender nada empezaba a resultarme familiar en Sri Lanka.
— Bambarakanda, ¿qué le pasa a Kadunganawa?, ¿está loco?
— Bueno, loco... lo que se dice loco, no. Lo que sí, hay que reconocer que es un gato muy particular...
   
Polhena Beach

   
Gato Teo
(gatoteo@gmail.com)
   
Producción gráfica: Lagartija Rawena

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